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os Pájaros de Madrid (palomas, mirlos,
gorriones, cernícalos, vencejos, aviones, lavanderas, petirrojos, chochines,
ruiseñores, colirrojos, churrucas y demás, pues la nómina es larga) comen el
molledo del Pan seco (Pan Sequillo), endurecido –como si el Pan se volviese
todo corteza defensiva de un día para otro- que las viejas –todavía soñadoras
de atrapar una paloma con el mensaje de Amor del Quinto muerto en la Guerra-
les arrojan en sus paseos por el parque –ese al que con gran sabiduría llaman
El Retiro- y luego, de vuelta a casa, dejan caer de manera subrepticia bajo sus
ventanas y balcones, pues sobre tales acciones pesa la prohibición expresa del
Glorioso Ayuntamiento de esta Capital del Dolor, según el poeta Eluard.
El Gato común –o casero- madrileño,
junto a otros ejemplares más finolis -como el Gato persa de Serrano o el Gato
de angora turco de La Moraleja- caídos en la desgracia de la heterogeneidad
(reconocida queda la afición felina a no respetar las Clases Sociales cuando el
celo los afecta), por el contrario, casi siempre que come Pan, se trata de un
Pan esponjoso, mojado en leche o –pero ya cuando el Gato es muy adulto, ha
gastado algunas de sus ficticias Siete existencias y en alguna de ellas sacó
graves conclusiones acerca de las muchas correosidades de la Vida en las
Grandes Urbes- en salsa de pescado barato (siempre que la salsa le sirve al
pescado a efectos de disimular su baja condición o su poca frescura, como si
hubiesen llegado andando desde el lejano Mar).
De modo que si bien comparten el Pan
Aves y Gatos, entre ellos se manifiesta desde antiguo una gran animadversión,
una agresividad tan acerada que, en ocasiones, alguien sale mal parado de
encontrarse frente a frente, como ya ocurriera en la Guerra[1]. Principalmente
el Pájaro, aun cuando en los Dibujos animados de la Disney se manipulen las circunstancias
y sea el Gato malvado quien lleve todas las de perder en la contienda. La Causa,
así pues, no se ha de buscar en este Pan sino en aquellas Sopas. En el trato en
apariencia preferente que el Hombre Serenísimo da al Gato sobre el Pájaro, al
cual, además, suele enjaular como si de un Culpable (de la estirpe kafkiana) se
tratara. El Pájaro, pese a su contrastada inopia (mira tú que ponerse a cantar metido
en una jaula -como Ovidi Montllor en La fuga de Segovia- para alegría de los
carceleros), percibe la situación pero sin llegar a hacerse cargo de la triste
realidad que la misma significa: mientras el Hombre y el Gato se arrastran por
los suelos, el Pájaro y dios siguen tan ricamente en el Cielo. Marx, Carlos
Marx, no lo habría expresado mejor, ¡..dita sea su estampa!
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o será el Hombre quien haya de trabajar
en la Manufactura del Pan, pues -como quiera que sea, milagro o ventura- el Pan
viene ya hecho para que así el Hombre lo cobre como pago (graciosamente
estipulado) a sus desvanes y esfuerzos en el Oficio y Afición a los que se vea
rebajado. Mas, si no es para hacer el Pan, entonces, ¿para qué va el Hombre a
Trabajar?
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