L
|
a costumbre –siempre avejentada, ñoña-
reclamaba recoger el Pan caído (al suelo limpio del comedor), besarlo en el
dorso[1] –así
se besan los sellos del correo postal- y comer de él como si nada hubiese
sucedido que lo ensuciara. Pan sucio. Pan negro. Pero Pan que tenía la huella
del beso como señal del perdón a su espalda.
Acaso –por contarlo todo al respecto
de esta confusa historia- sí se miraba mal, de soslayo pero sin evitar resultarle
indiscreto, a quien había dejado caer el Pan al suelo. Aquella mirada –terrible
para quien a su vez la veía a ella- significaba un claro reproche a su
descuido, aunque ya estaba olvidada al punto de servir la Sopa.
La comida del día. Sopa y Pan. Pan
ensopado. El Pan, en principio, parece destinado al Agua. Sopas de Pan (y la
compaña recurrente) por cosa de la escasez y de la falta de apremio. Si se ha
de servir caliente la Sopa –todavía oliendo a lumbre: conservando la memoria de
la leña- es por alargar la conversa y no rendirse (jamás los comensales) a las
urgencias de las hambres que provocan la caída del cabello[2].
El ceremonial de un buen almuerzo lo abre el hervor de la Sopa en el plato. Y
hay que esperar, charlando, a que la niebla abra. Sólo entonces el paladar se
sabe capaz de desdeñar el frío metálico de la cuchara y atiende a la Sopa como
es debido.
Junto al plato, a mano izquierda, está
el Pan que entretanto entretiene y es la coartada del silencio que a veces
abruma a uno de los comensales. A aquel a quien la respuesta a una pregunta
–quizá impertinente, como inquirirle por la esposa a quien se ha sentado solo a
la mesa- no le acude con diligencia de ujier a la boca, un pellizco de pan que
sus dedos suben a sus labios, lo saca enseguida de ese mal rato. Que prolonga
con un trago de agua fresca. De nuevo el Pan y el Agua: como las embestidas del
Mar contra las rocas.
E
|
l Pan carece de Sentido[3]. Mejor
aún: el Pan es como las zonas de recreo que jalonan la Historia forzosamente
continuada del Sentido. Frente a los No Lugares –tanto una de las grandes
superficies comerciales como el mismísimo y original Paraíso (El Edén de los
Pantalones)-, torbellinos centrípetos, el Pan hace el Lugar de las ocurrencias
humanas; el punto sin tiempo ni espacio, sin exterioridad ni interioridad,
donde tiene lugar (nos valga la expresión común) el primer Pensamiento. Por ello
que las Panaderías abran muy de mañana –casi adelantándose al Alba- y el
Panadero cándido coma del Pan de la Competencia para celebrarlo.
Algo que, como el Pan, nace para ser
devorado, no ha de contar entre sus virtudes principales, ni con la Fe ni con
la Esperanza. Se asemeja, en cambio, al Quehacer de la sabia Penélope, la que
al anochecer deshacía cuanto amorosamente había elaborado durante el día.
Nada ha de durar más que el
Pan. Si acaso, el recorrido estéril de una bala; el efecto mágico de un medicamento.
Pero más que con la Muerte, el Pan guarda severas analogías con la Resurrección.
El Pan centrifuga[4].
Rehúye ser –se digiere- y de ahí su desprecio hacia esos que -¡malditos ahorradores!
¡capitalistas de prêt-à-porter!- lo congelan para probar de él el día (improbable)
de mañana.
(continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario