lunes, 26 de agosto de 2013

EL PRECIO DEL PAN -III-




N


o está escrito que dios dijera: Hágase el Pan, y el Pan se hiciera a su voz ejecutiva (performance). No. Dios hizo –lo más fácil o lo más difícil, según se mire- los cereales, entre las demás prendas (bichos y plantas) del Agro y luego el Hombre hizo el Pan. Que debió empezar a cocerse cerca del Mar, pues el Pan lleva su pizca medida de Sal[1], lo mismo que el Agua marina. En cambio, a los pastelillos –formalizados a la imagen y semejanza del inédito Pan- me gusta suponerlos procedentes de tierra adentro. De las montañas en las que la nieve da para pensar el merengue, la nata y demás cremas necesitadas del frío para su conservación. Con tal raigambre y la miel de las abejas (las cuales también parecen preferir las alturas al oleaje), las pastelillos salen dulces del horno del Dulcero porque la Sal ni se la imaginan por arriba de los quinientos metros.


La cuestión –la cual, no obstante, se verá desmontada por la Ciencia de la Antropología a su debido momento, aunque mientras tanto nos apañe- estriba en dilucidar de manera satisfactoria si la existencia de estas dos tradiciones, herencias parejas –jamás perimidas del todo- está en el origen de las desigualdades nacionales, pues, la verdad, sí que resultan Otros los Primitivos de la Costa y los Nativos de Tierra adentro, al menos allí de donde yo vengo, y eso que el Mar y la Montaña se encuentran –Allí- a un tiro de piedra, tal y como se entusiasman con ello los turistas.
 
Pero que se elija el Azúcar o se opte por la Sal en la elaboración del Alimento principal del Arriba y el Abajo -¡cómo si la Tierra no se curvara al objeto de seguir pareciéndonos plana!-, no es, bien entendido, motivo suficiente, asaz razón, para mantener tan fingido desacuerdo –una ignominia interesada y promulgada por la Industria de los estuchados no más. Bástenos, en este sentido, y para desbaratar semejante desatino, que, como ni nadie ni nada se están quietos ahí donde el Señor los plantara, un buen día –de cuando aún no era el Tiempo- a los de las montaña les dio para acercarse hasta la playa, y como los de la playa ya subían -¿para qué, si no, han de servir las mareas?- a la montaña, fue a la mitad –en el Ecuador entendemos- que, por ponerse de acuerdo, entre ellos –al rebujo- pergeñaron el Pan Mestizo con todo lo que traían y sin pararse en distinciones: harina morena y blanca, huevos, levadura, mantequilla, azúcar, sal y el agua que no faltaba, pues es de admitido prestigio que en el Ecuador llueve a mares


[1] Bien sea cierto que un golpe de dedos jamás abolirá el azar. Stéphane Mallarmé.

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