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La
cuestión –la cual, no obstante, se verá desmontada por la Ciencia de la Antropología
a su debido momento, aunque mientras tanto nos apañe- estriba en dilucidar de
manera satisfactoria si la existencia de estas dos tradiciones, herencias
parejas –jamás perimidas del todo- está en el origen de las desigualdades
nacionales, pues, la verdad, sí que resultan Otros los Primitivos de la Costa y
los Nativos de Tierra adentro, al menos allí de donde yo vengo, y eso que el
Mar y la Montaña se encuentran –Allí- a un tiro de piedra, tal y como se
entusiasman con ello los turistas.
Pero que se elija el Azúcar o se opte por la Sal en la elaboración del Alimento principal del Arriba y el Abajo -¡cómo si la Tierra no se curvara al objeto de seguir pareciéndonos plana!-, no es, bien entendido, motivo suficiente, asaz razón, para mantener tan fingido desacuerdo –una ignominia interesada y promulgada por la Industria de los estuchados no más. Bástenos, en este sentido, y para desbaratar semejante desatino, que, como ni nadie ni nada se están quietos ahí donde el Señor los plantara, un buen día –de cuando aún no era el Tiempo- a los de las montaña les dio para acercarse hasta la playa, y como los de la playa ya subían -¿para qué, si no, han de servir las mareas?- a la montaña, fue a la mitad –en el Ecuador entendemos- que, por ponerse de acuerdo, entre ellos –al rebujo- pergeñaron el Pan Mestizo con todo lo que traían y sin pararse en distinciones: harina morena y blanca, huevos, levadura, mantequilla, azúcar, sal y el agua que no faltaba, pues es de admitido prestigio que en el Ecuador llueve a mares
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