La presunción de inocencia, en El caso de
M.R. no pasa de ser un eufemismo. Cualquiera que lo oiga –si oye bien; si no es
un sordo interesado- está obligado a pensar que M.R. de presunto nada, y de
inocente: menos. Se trata, sencillamente, de un auténtico y constitucional
Idiota. Un Idiota con todos los pronunciamientos a su favor. Con toda probabilidad,
un día lo veremos en el Limbo de los Justos (más eufemismos: inocentes, privados
de sacramento) jugando al gua o al ‘Tú la llevas, con J.L.R.Z., pues dios los
cría y esos solitos se juntan.
Ya le pasó a mi hermana Lola, un día,
viniendo de Granada a Madrid en el tren expreso de las 22,15. Llevaba asiento de
primera clase, pero cuando fue a sentarse, se encontró con que ‘un hombre’ ya
ocupaba su lugar. Discutieron largo rato. Compararon sus billetes respectivos y
el número de asiento, en efecto, coincidía en aquel que se disputaban. Sólo que,
en el billete del intruso constaba: 2ª Clase. Mi hermana creyó que ese dato
aclaraba el asunto y buenamente trató de hacérselo entender así al ‘okupa’
(avant la lettre). Pero éste, ¡Ay!, siguió sentado. Mi hermana, muy nerviosa –entretanto
habían llegado a Moreda y veía improbable la solución para antes de cruzar
Despeñaperros- se encrespó y, alcanzando el atrevimiento del que ella era capaz,
terminó llamando tonto a aquel imbécil.
-Es usted tonto –le dijo.
-Sí, sí. Tonto soy –le contestó el tonto
mientras se arrellenaba en el asiento y hacía como si ya fuera a echarse a
dormir hasta Madrid.
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