el secreto del suicidio de Gilles Deleuze

Por Dios no me llores no
la madalena no se había perdío
la madalena la tengo yo.**
Quebranto terrible en su fondo, desaire profundo y amargo, por más de
inocente –lo cual no pareció que aliviara el bochorno creciente aparecido en el
rostro indignado de monsieur le professeur Deleuze-, viniendo como venía de
un joven estudiante meteco -retrasado y bullanguero, por más señas- a quien para
nada le ponía, en cambio, la escritura, en extremo significamentosa, del gran Marcel
Proust.
Se vio, por último, a monsieur le professeur Deleuze acercarse con
paso apesadumbrado –ese andar titubeante de los viejos clochard- hacia el
amplio ventanal de la clase. Abrirlo como quien pasa las páginas de un libro. Y
de forma inopinada –así lo concluye la Gendamerie Nationale-, terminar arrojándose
al vacío, esa página en blanco que, pese a las claras recomendaciones del poeta
Mallarmé a su favor, nunca aprendemos a respetar quienes a esto de escribir
porque sí nos prestamos, como si la en la escritura estuviera la verdad de
nuestro tiempo
*Proust y los signos
**tangos de la Repompa
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