El
silencio, por raro que nos suene, es lo más opuesto a lo que callamos. Ni a lo
indecible ni a lo no dicho [todavía] los guarda el silencio. Sólo desde las
palabras puede concebirse algo indecible o algo que no esté dicho. Y el
silencio es anterior a las palabras, que lo rompieron para siempre. Desde
entonces, no hay silencio, sino interrupciones de la palabra. Las reglas del
lenguaje, así, pues, y no el silencio son lo que amparan y crean lo indecible.
Recordemos
a Gregorio de Nacianzo: “Cuando te mantienes en silencio, eres lo que era dios
antes de la naturaleza y la creación, y esa es la materia que utilizó para
darles forma.” Lo cual no quiere decir que nos sea factible imitar en esto a
dios. Conviene no olvidarse de la encomienda de un viejo escriba a sus
discípulos: “No hagáis resonar vuestra voz en la morada apacible de dios,
porque le horrorizan los gritos.”
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