martes, 29 de diciembre de 2015

CUANDO EL DEMONIO NO TIENE NADA QUE HACER, MATA MOSCAS CON EL RABO




Con unos primeros padres que, ¡maldita sea su estampa!, la que liaron, las Sagradas Escrituras (sépanlo de una vez por todas: hay unas escrituras sagradas y el resto no. Harold Bloom) se debieron reescribir desde las notorias imposturas de dos hermanos: Cain y Abel, a los que la fatalidad terminará enfrentando porque así lo requería la Historia, incapaz de salirse de su cauce hasta anegar el territorio.

Que uno se dedicara al cuidado de las alocadas cabras y otro al cultivo de las apergaminadas panochas, no le bastó ni sobró al buen dios para dejarlos vivir en paz y armonía, como transcurre la vida consecuentemente con eso que, eufemísticamente, se dice ‘sentir una envidia sana’.

No. Había que dejar bien sentado –atado y bien atado, ya saben- que en el mundo hay buenos y los hay que son como el mismísimo demonio, pero que, a la noche, como en las películas, siempre acaba el bueno matando al malo. Entenderán si ahora les confieso mi preocupación al respecto: no puedo dejar de pensar en Antonio (Sevilla 1875 – Collioure 1936) y Manuel (Sevilla 1874 –Madrid 1947) Machado. Por orden alfabético.

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