¡Maldita
sea su estampa!, se limita a apostillar el hombre bueno al recabar en el mal
que le está echando encima, ya no sabe si dios mismo o el santo patrón del que
lleva el nombre por enseña. Pero si lo pensará mejor, o si volviera sobre ello
más calmado, enseguida se daría cuenta de que sólo está maldiciendo de su
triste y miserable DNI. Irreemplazable por cinco años al menos
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