Dicen que
por haber nacido con una flor en el culo, se sacaba del culo cuantas cosas iba
repartiendo entre la gente. Ocurrió que un día nublado andaba algo estreñido a
causa de haberse aliviado el hambre con hasta doce docenas de higos chumbos.
Vinieron a visitarlo unos amigos muy queridos. Al oírlos acercarse, corrió a
abrirles la puerta; los paso al salón de la casa, donde, señalándoles el sofá y
los sillones tapizados de floreada cretona, les rogó que se acomodaran. Pero los
amigos, que contaban con ser obsequiados de inmediato, como sabían que sólo él
sabía hacer, permanecieron de pie a la espera. Don Obsequioso, pues así se
llamaba nuestro hombre, en cambio, se colocó de cuclillas en mitad del salón y
en su rostro se empezaron a hacer visibles los grandes esfuerzos que hacía. Pasaba
el tiempo. Se hacía la noche en las ventanas abiertas. En medio de la oscuridad
más completa, se oyó de repente un horroroso estrépito y justo en ese mismo
momento, el cielo se cubrió de estrellas para siempre. Eran las pepitas de los
higos chumbos en libertad, mientras la mierda más apestosa cubría los cuerpos
de aquellos amigos tan egoístas.
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