Hay gente –gente y pueblo-
acostumbrada a acudir al baño –ya saben a qué me refiero- todos los días y
aproximadamente a la misma hora. Por lo normal de mañana. Temprano. Recién
levantada de la cama. Luego de tomar un café con leche –a cuyos efectivos
beneficiosos atribuyen el repente del hecho: el café con leche suelta el
vientre-. Con la noche pegada al cuerpo todavía. Con la amenaza de la jornada
en ciernes. De modo que, para esta gente –gente y pueblo- ir al baño constituye
un momento decisivo y decisorio. Sentada a la manera de ‘el pensador’ de Rodín
–sin duda pensar es esforzado- tardan poco en recuperar la conciencia y aceptar
la vigilia, que, acto seguido, la ducha reactiva en plenitud. Entonces, sólo
entonces, están listos para el trabajo. Adaptados, por no decir: Cagados.
Gente -gente y pueblo- también la hay
que prefiere dejar ese librar el cuerpo para la vuelta. Con la misma asiduidad.
Llegan a casa y cumplen primero con el baño que con nadie. Abren, tiran la
gabardina, la cartera, la tartera, al tuntún y corren al excusado con la misma
prisa de una ambulancia en carrera. Los de la casa nada le preguntan ni le
advierten porque ya lo saben: ha tenido un mal día. Las que habrá tenido que
tener, el pobre, la pobre. Mejor si se recompone.
Y así nos va el mundo entre los que
cagan de día y quienes cagan de noche. Sea como sea, la mierda se queda en casa
mientras la calle está en calma. Hoy, cuando todo se recicla menos la caca,
quizá convendría comenzar a ‘pensar’ en cualquier lugar y a cualquier hora. Incluso
sin ganas. La ocasión la pintan calva al igual que a las tazas de los retretes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario