Setenta
medidas contra la corrupción, ¿no lo encuentran exagerado? ¿no les parece
desorbitante la cifra? En especial si, como ha diagnosticado el presidente
Rajoy –que del tema sabe lo suyo- en nuestro país, nuestra querida España, la corrupción –digan
lo que digan los demás- no está generalizada. España no es un país
corrupto... y si no es verdad esto que yo
digo –canturrea El niño de Compostela- que
dios me mande un castigo grande, si me lo quiere mandar.
Miedo hay que tener de qué puede decidir dios una vez Rajoy lo ha puesto entre la espada
y la pared. Pero como yo no me tengo por corrupto –no estoy en situación- y sé
que mis amigos y familiares tampoco por la misma razón, me siento obligado,
tristemente obligado, aun cuando en público no quisiera reconocerlo así, a
creer que, en efecto, España no es por entero un país corrompido... y que dios
se apiade de todos si, al final, no se atreve a intervenir y sigue permitiendo
–no en vano somos libre como el ave que
escapó de su prisión- que la solución al problema seamos nosotros quienes
la encontremos.
Me
da en la nariz, órgano privilegiado para alcanzar entendimientos por su cercanía
con el cerebro, que esto de solucionar los viejos problemas con leyes nuevas de
parte de quienes no dejaron de crearnos los susodichos problemas, es como
echarle más madera al fuego que arde.
Me da, y lo digo tan en serio que hasta me quemo los dedos al querer apagar los
rescoldos, que son las mismas leyes las que, fijando lo que no es de la ley,
significando, con trazo grueso, la corrupción, que, en definitiva, no es otra
cosa que dar con aquella interpretación de la ley que se pone siempre de nuestro
lado...y a los demás que sea dios quien los bendiga cuando llegue su supremo
tribunal.
No
de otra forma puede entenderse que, muchos
años después, se empiece a hablar, incluso con gran vehemencia en su
contra, de cómo nuestras leyes españolas diferencian entre el ladrón de
gallinas y el ladrón de postín, cuando, al menos en un principio ideal, casi
platónico, ambos son actores del mismo hecho: el hecho de robar, lo cual es
supuestamente lo que persigue la ley. Pero, por paradójico que nos pueda
parecer, la ley establece (lo escribo sin confrontarlo) que quien robare una gallina...etc, y no que
quien se favoreciera de su cargo.... será culpable... Visto que en espíritu
es lo mismo lo uno y lo otro, cabría aplicarles idéntica culpabilidad. El que
no acontezca así, ya podemos tomarlo por el mínimo de corrupción que la corrupción
precisa para crecer.
Me habla
mi hermana Concha, maestra y buena gente, de las reformas pedagógicas más en
boga. Ahora, me dice contrariada, ya no se castiga a los niños, se los manda
al rincón de pensar. Y no lo dice, estoy seguro, por añoranza, sino porque
lo mira igual. Entonces, convenimos, pueden ocurrir dos cosas: que castigado a
pensar, el niño no lo vuelva a hace: pensar, claro; o que, por el contrario
tenga el tiempo preciso de pensar en las artimañas para que no lo vuelvan a
pillar: robando, claro. Pensándolo bien, será que a los nos castigaron mucho,
así es como queda el país luego de tan noble aprendizaje. Gente que roba por no
pensar y gente que sólo piensa en robar. A aquellos cabe aplicarles aquel
manido principio de el desconocimiento de
la ley no exime de su cumplimiento, que la ignorancia es atrevida. A estos, porque están más instruidos,
el otro que nos llega de la mismísima Revolución francesa y que (cita pedante) Hans
Kelsen tenía como sostén de la teoría pura del derecho: lo que no está expresamente prohibido, está permitido. Y entre
medias, pena da, la inmensa mayoría (Blas de Otero), indeciso a quién votar el
año próximo.
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