La alienación se presenta primero como alienación de la
sociedad a sus instituciones, como autonomización de las instituciones con
respecto a la sociedad. C. Castoriadis
Me
gustan esos gráficos que nos enseñan los resultados de las encuestas políticas (intención
de voto) a simple vista. Y me gustan porque adoptan la imagen de un abanico
abierto, objeto a encontrar entre los más beneficiosos para el género humano.
El abanico nos da aire, nos reconforta, nos reanima en momentos de grandes
agobios, mientras de forma delicada, como si prefiriera pasar desapercibido en
su permanente vaivén, aleja los peores hedores
del derredor, los cuales posiblemente sean la causa y el motivo de la
corrupción que tanto nos afecta de manera harto desfavorable. Un golpe de aire
jamás abolirá el azar, pero en alguna medida lo esparce, lo distribuye, hace
correr la suerte y hasta llega a cambiar
el destino, en ocasiones.
Por
demás, el abanico es un instrumento muy elemental. Lo señalaríamos carente de
técnica interna propia, o de automoción, de modo que ha de ser con nuestras
manos el ponerlo y mantenerlo en funcionamiento. Esto, que bien puede parecer
un atraso con respecto -p.ej.- a los modernos aparatos de aire acondicionado e
incluso frente a esos otros pequeños ventiladores a pilas adquiribles en las
tiendas de todo a un euro, representa otro motivo de regocijo. Al menos a mí me
lo provoca al momento de pensar que, como al abanico, también las encuestas, y
por extensión el resultado final vaticinado en ellas, son cosa nuestra, que
somos cada uno quienes ‘le damos vida’ con nuestro voluntarioso esfuerzo por no
vivir acalorados, pues si no, pasa lo que pasa luego.
¡Ay!
¿Por qué se me habrá ocurrido mentar al futuro? Había olvidado que las
comparaciones, como las juergas, no son buenas. En especial si además aciertan.
Se vuelven tan literales como el cuerpo del delito tendido sobre la alfombra
manchada de sangre que le hace exclamar al detective encargado del caso: es un
crimen. Un tropiezo con lo real, ni más ni menos. Y así tropezara yo también
con la verdad de los hechos simplemente anunciados, lo que me diera tanta satisfacción
por parecerme un abanico abierto, de repente, realizada su función, veo como se
cierra, se pliega sobre sí mismo llevándome a mí a la depresión. Porque cerrado,
el abanico aún sigue siendo la expresión más acertada de lo que es el parlamento:
un objeto inútil la mayoría del año. O si más les gusta, pues al cabo todo es
cuestión de gustos, desinteresado como lo bello kantiano.
post scriptum. Lo dicho podría tomarse, sin tocar por ello fondo, como un alegato anti-democrático. Lo es...en la medida en que desde arriba ya nos lo vienen advirtiendo: la democracia acaso no sea sino el menos malo de los sistemas políticos, y entonces, no entiendo por qué debemos conformarnos. Parafraseando a Marx no es baladí pensar que la cuestión ya no pasa por hacer más llevadero el clima usando mejores –pero dudosos- instrumentos, sino por transformar el clima. Sobra señalar: el clima político, exclusivamente.
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