(o
Los ruidos de una sociología fantástica) A Luis Castro
A
quien deberíamos entender es a Paul Eluard cuando dice: Hay otros mundos, pero están en este. Aun cuando estas mismas y
comprometedoras palabras le sirvieran, luego, a una editorial comercial para
prestigiar su absurda colección de libros exotéricos, y de slogan en la campaña
publicitaria de una conocida marca de perfumes, allá por los setenta del siglo
pasado.
En
general, no andaríamos mal si convencidos quedásemos de algo muy elemental y
que nada tiene que ver con esa reducción al absurdo presentada como la falsía
de una multiculturalidad reducida a culto acrítico a un pasado nunca olvidado
del todo, y culto también a lo escaso, a aquello de lo que, por las razones que
sea, incluido su natural evolución (la respuesta que esperaba la esfinge)
quedan ya pocos ejemplares. Me refiero a que cualquier forma de vida es una
metáfora de la vida que, sin embargo, sería imaginable vivir.
Cambiar
de vida, Por una vida mejor, son las ilusiones que sostienen por igual al
capitalismo (valor de cambio) como a las formas elementales del anticapitalismo
(valor de uso). Habría que saber, al respecto, que no es posible ilusionarse
con nada que no esté previsto. América (Quiero
vivir en América. ¡Qué bien se vive en América!) fue un error. Pero también
la prueba más fehaciente de que probablemente no existen las calles de
dirección única.
La vida
que llevamos, como metáfora –reconozcámoslo así- de la vida, supone que
trasladamos ‘lo bueno de la vida’ a aquellas nuestras vidas concretas, bien en
tanto nostalgia de futuro y/o habitabilidad de la ilusión. Pero los viajes de
la metáfora no llevan billete de ida y vuelta. La metáfora capaz de hacernos
creer que sus dientes son perlas y sus pechos gacelas, nos obliga, de forma
paralela, a quedarnos con sus dientes, un día cariados, y sus pechos, caídos
con el tiempo (y no sólo se caen los pechos), mientras perlas y gacelas
permanecen a salvo en su lugar inaccesible.
Aquí
y ahora, Carpe diem, Donde no hay capitán mandan los marineros (siempre que no
ocurra lo de Kronstadt), quizá nos libere de los, al fin y al cabo, estériles
apalabramientos de las metáforas. Pero como no se puede ver de otra manera, para
dejarnos reducidos, mínimos, en la verdad gracianesca de que Lo bueno si breve dos veces bueno.
Podemos,
sí, pero, por favor, que sea sin tanto esfuerzo.
(nota.
En las Cruces que por mayo (sí, por mayo,
era por mayo, cuando hace más calor) se levantan en Granada en honor de la
virgen (como excusa no es mala), hay quien a la suya le añade un pero.
Acostumbrados a que no falte el típico mala follá de la tierra que, acercándose
con mucho simpatía, comente: Muy bonica
tu cruz, pero.... el aludido, mejor: la aludida, salva la situación contestando
presta: el pero ya lo tiene, y señala
con el dedo allí donde, efectivamente, a la sombra de la cruz, luce inmóvil el
pero.)
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