domingo, 30 de noviembre de 2014
LA GUERRE N’EST PAS FINIE
Setenta
medidas contra la corrupción, ¿no lo encuentran exagerado? ¿no les parece
desorbitante la cifra? En especial si, como ha diagnosticado el presidente
Rajoy –que del tema sabe lo suyo- en nuestro país, nuestra querida España, la corrupción –digan
lo que digan los demás- no está generalizada. España no es un país
corrupto... y si no es verdad esto que yo
digo –canturrea El niño de Compostela- que
dios me mande un castigo grande, si me lo quiere mandar.
Miedo hay que tener de qué puede decidir dios una vez Rajoy lo ha puesto entre la espada
y la pared. Pero como yo no me tengo por corrupto –no estoy en situación- y sé
que mis amigos y familiares tampoco por la misma razón, me siento obligado,
tristemente obligado, aun cuando en público no quisiera reconocerlo así, a
creer que, en efecto, España no es por entero un país corrompido... y que dios
se apiade de todos si, al final, no se atreve a intervenir y sigue permitiendo
–no en vano somos libre como el ave que
escapó de su prisión- que la solución al problema seamos nosotros quienes
la encontremos.
Me
da en la nariz, órgano privilegiado para alcanzar entendimientos por su cercanía
con el cerebro, que esto de solucionar los viejos problemas con leyes nuevas de
parte de quienes no dejaron de crearnos los susodichos problemas, es como
echarle más madera al fuego que arde.
Me da, y lo digo tan en serio que hasta me quemo los dedos al querer apagar los
rescoldos, que son las mismas leyes las que, fijando lo que no es de la ley,
significando, con trazo grueso, la corrupción, que, en definitiva, no es otra
cosa que dar con aquella interpretación de la ley que se pone siempre de nuestro
lado...y a los demás que sea dios quien los bendiga cuando llegue su supremo
tribunal.
No
de otra forma puede entenderse que, muchos
años después, se empiece a hablar, incluso con gran vehemencia en su
contra, de cómo nuestras leyes españolas diferencian entre el ladrón de
gallinas y el ladrón de postín, cuando, al menos en un principio ideal, casi
platónico, ambos son actores del mismo hecho: el hecho de robar, lo cual es
supuestamente lo que persigue la ley. Pero, por paradójico que nos pueda
parecer, la ley establece (lo escribo sin confrontarlo) que quien robare una gallina...etc, y no que
quien se favoreciera de su cargo.... será culpable... Visto que en espíritu
es lo mismo lo uno y lo otro, cabría aplicarles idéntica culpabilidad. El que
no acontezca así, ya podemos tomarlo por el mínimo de corrupción que la corrupción
precisa para crecer.
Me habla
mi hermana Concha, maestra y buena gente, de las reformas pedagógicas más en
boga. Ahora, me dice contrariada, ya no se castiga a los niños, se los manda
al rincón de pensar. Y no lo dice, estoy seguro, por añoranza, sino porque
lo mira igual. Entonces, convenimos, pueden ocurrir dos cosas: que castigado a
pensar, el niño no lo vuelva a hace: pensar, claro; o que, por el contrario
tenga el tiempo preciso de pensar en las artimañas para que no lo vuelvan a
pillar: robando, claro. Pensándolo bien, será que a los nos castigaron mucho,
así es como queda el país luego de tan noble aprendizaje. Gente que roba por no
pensar y gente que sólo piensa en robar. A aquellos cabe aplicarles aquel
manido principio de el desconocimiento de
la ley no exime de su cumplimiento, que la ignorancia es atrevida. A estos, porque están más instruidos,
el otro que nos llega de la mismísima Revolución francesa y que (cita pedante) Hans
Kelsen tenía como sostén de la teoría pura del derecho: lo que no está expresamente prohibido, está permitido. Y entre
medias, pena da, la inmensa mayoría (Blas de Otero), indeciso a quién votar el
año próximo.
jueves, 27 de noviembre de 2014
LA ALIENACIÓN
La alienación se presenta primero como alienación de la
sociedad a sus instituciones, como autonomización de las instituciones con
respecto a la sociedad. C. Castoriadis
Me
gustan esos gráficos que nos enseñan los resultados de las encuestas políticas (intención
de voto) a simple vista. Y me gustan porque adoptan la imagen de un abanico
abierto, objeto a encontrar entre los más beneficiosos para el género humano.
El abanico nos da aire, nos reconforta, nos reanima en momentos de grandes
agobios, mientras de forma delicada, como si prefiriera pasar desapercibido en
su permanente vaivén, aleja los peores hedores
del derredor, los cuales posiblemente sean la causa y el motivo de la
corrupción que tanto nos afecta de manera harto desfavorable. Un golpe de aire
jamás abolirá el azar, pero en alguna medida lo esparce, lo distribuye, hace
correr la suerte y hasta llega a cambiar
el destino, en ocasiones.
Por
demás, el abanico es un instrumento muy elemental. Lo señalaríamos carente de
técnica interna propia, o de automoción, de modo que ha de ser con nuestras
manos el ponerlo y mantenerlo en funcionamiento. Esto, que bien puede parecer
un atraso con respecto -p.ej.- a los modernos aparatos de aire acondicionado e
incluso frente a esos otros pequeños ventiladores a pilas adquiribles en las
tiendas de todo a un euro, representa otro motivo de regocijo. Al menos a mí me
lo provoca al momento de pensar que, como al abanico, también las encuestas, y
por extensión el resultado final vaticinado en ellas, son cosa nuestra, que
somos cada uno quienes ‘le damos vida’ con nuestro voluntarioso esfuerzo por no
vivir acalorados, pues si no, pasa lo que pasa luego.

post scriptum. Lo dicho podría tomarse, sin tocar por ello fondo, como un alegato anti-democrático. Lo es...en la medida en que desde arriba ya nos lo vienen advirtiendo: la democracia acaso no sea sino el menos malo de los sistemas políticos, y entonces, no entiendo por qué debemos conformarnos. Parafraseando a Marx no es baladí pensar que la cuestión ya no pasa por hacer más llevadero el clima usando mejores –pero dudosos- instrumentos, sino por transformar el clima. Sobra señalar: el clima político, exclusivamente.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
EL PARVO SABER
(o
Los ruidos de una sociología fantástica) A Luis Castro
A
quien deberíamos entender es a Paul Eluard cuando dice: Hay otros mundos, pero están en este. Aun cuando estas mismas y
comprometedoras palabras le sirvieran, luego, a una editorial comercial para
prestigiar su absurda colección de libros exotéricos, y de slogan en la campaña
publicitaria de una conocida marca de perfumes, allá por los setenta del siglo
pasado.
En
general, no andaríamos mal si convencidos quedásemos de algo muy elemental y
que nada tiene que ver con esa reducción al absurdo presentada como la falsía
de una multiculturalidad reducida a culto acrítico a un pasado nunca olvidado
del todo, y culto también a lo escaso, a aquello de lo que, por las razones que
sea, incluido su natural evolución (la respuesta que esperaba la esfinge)
quedan ya pocos ejemplares. Me refiero a que cualquier forma de vida es una
metáfora de la vida que, sin embargo, sería imaginable vivir.
Cambiar
de vida, Por una vida mejor, son las ilusiones que sostienen por igual al
capitalismo (valor de cambio) como a las formas elementales del anticapitalismo
(valor de uso). Habría que saber, al respecto, que no es posible ilusionarse
con nada que no esté previsto. América (Quiero
vivir en América. ¡Qué bien se vive en América!) fue un error. Pero también
la prueba más fehaciente de que probablemente no existen las calles de
dirección única.
La vida
que llevamos, como metáfora –reconozcámoslo así- de la vida, supone que
trasladamos ‘lo bueno de la vida’ a aquellas nuestras vidas concretas, bien en
tanto nostalgia de futuro y/o habitabilidad de la ilusión. Pero los viajes de
la metáfora no llevan billete de ida y vuelta. La metáfora capaz de hacernos
creer que sus dientes son perlas y sus pechos gacelas, nos obliga, de forma
paralela, a quedarnos con sus dientes, un día cariados, y sus pechos, caídos
con el tiempo (y no sólo se caen los pechos), mientras perlas y gacelas
permanecen a salvo en su lugar inaccesible.
Aquí
y ahora, Carpe diem, Donde no hay capitán mandan los marineros (siempre que no
ocurra lo de Kronstadt), quizá nos libere de los, al fin y al cabo, estériles
apalabramientos de las metáforas. Pero como no se puede ver de otra manera, para
dejarnos reducidos, mínimos, en la verdad gracianesca de que Lo bueno si breve dos veces bueno.
Podemos,
sí, pero, por favor, que sea sin tanto esfuerzo.
(nota.
En las Cruces que por mayo (sí, por mayo,
era por mayo, cuando hace más calor) se levantan en Granada en honor de la
virgen (como excusa no es mala), hay quien a la suya le añade un pero.
Acostumbrados a que no falte el típico mala follá de la tierra que, acercándose
con mucho simpatía, comente: Muy bonica
tu cruz, pero.... el aludido, mejor: la aludida, salva la situación contestando
presta: el pero ya lo tiene, y señala
con el dedo allí donde, efectivamente, a la sombra de la cruz, luce inmóvil el
pero.)
miércoles, 12 de noviembre de 2014
EXTRAVAGANCIAS
(Cualidad
de extravagante. Escribano que no era de número ni tenía asiento
fijo en ningún pueblo)
A diferencia de Nietzsche, que observaba con asco y
desprecio el surgimiento de un público autosuficiente, que ya no reconocía
autoridad alguna, Ortega se propuso educarlo desde las páginas de los diarios,
es decir, combatió al enemigo en su propio terreno
(Enrique Serna. Genealogía de la soberbia intelectual. Ed. Taurus, Madrid
2014). Pues bien, el mismo afán redentorista que aparentemente guiaba al mejor
(?) Ortega, veo -lo cual es muy particular e innecesario compartir- en Pablo
Iglesias Turrión queriendo darnos clases magistrales de política en las rutilantes
pantallas de televisión, nuevo territorio privado del enemigo. Y eso que acto
seguido, de manera casi refleja, me pregunto es si no habrá de acabar Iglesias
como terminara Ortega, adosándose pasivamente, por mor de las circunstancias se
justificaría, al Partido único, unificado y verdadero. Sobre todo porque -a la
vista está, no me arrogo ningún don profético ni adivinatorio- en tal menester
anda metido Iglesias Turrión desde muy niño -Mi hijo ha sido criado de la mejor manera posible de cara a su clase, a
su pueblo, a su gente y a su patria. Se llama Pablo porque se apellida Iglesias
(...) como se hubiera llamado Manuel si su padre fuera un Rodríguez, por el
revolucionario chileno al que cantó Mercedes Sosa (María Luisa Turrión,
madre- y en razón igualmente de, tras la Asamblea Ciudadana de Vista Alegre, es
más notorio aún su pretensión ‘pragmática’ de desmontar la ‘democrática’
Trinidad (Iglesias, Echenique, Rodríguez) que hasta el momento era la cabeza de
Podemos, hecho que presentaban como diferencial frente al denostado liderato
personal, invariable en los otros grupos a concurso.
Dejando
al margen que lo de educar al público (pueblo, gente, común, la basca) se
asienta en, al menos, tres visibles maldades del pensamiento más elitista y
refinado: a) que el pueblo no está educado; b) que la gente quiere que la
eduquen; c) que la educación es única y la tienen ‘los educadores, en ningún
caso ni el común ni la basca, y cerrando aquí la comparaza entre el orondo y
alopécico Ortega y el esmirriado y melenudo Iglesias -que, la verdad, quizá no
pase de ser un pegote (Adición
o intercalación inútil e impertinente hecha en alguna obra literaria o
artística) por mi parte-, algo de lo mismo -del recurrente regeneracionismo,
que tanto nos ha estado pesando en el tiempo pasado, desde Joaquín Costa a
Julio Anguita, quiero decir- me huele, y mal: me irrita la pituitaria, en la
dirección tomada por Pablo Iglesias Turrión de transformación, motu proprio, de
los movimientos sociales surgidos tras el complejo y acomplejado 15M en un
partido político, que tanto por su ecléctica composición ideológica como por
sus ansias de ganar a toda costa, muestra ínfulas de único. Así como me siga
atufando que, por dentro, la ‘representación de la militancia’, o sea: la
dirección del tal Partido Podemos (ojo con las siglas) haya de volverse
‘monocéfala’, aunque intenten camuflarla entre visillos y cortinones teológicos
trinitarios y escalenos: tres personas distintas y un solo dios verdadero.
La
conversión en Partido político del 15M (abreviando) se oferta como una cuestión
de puro pragmatismo, cuando el mismo no viene a significar sino la aceptación
de lo dado, del contexto político, del cual, no obstante ya se ha señalado,
hasta la exasperación, su lastre original. En una democracia de partidos, los
partidos tienden a autorrepresentarse, en la convicción, purita fe, de que
quien no está en el partido, es que no desea formar parte de la representación
y vive de espectador que no consulta la cartelera. Si el ‘no nos representan’, lisa y llanamente
abría una severa crítica y el consecuente abandono radical de la partitocracia
(con todo lo que esto pueda llegar a ser en una realidad múltiple), la
repentina transformación en ‘[estos] si nos representan’, conlleva una
concreción maniquea, en la que vuelve a imperar la división entre buenos y
malos, dándose por sobrentendido que los buenos ‘somos quien somos’ y los malos
el resto. Un bipartidismo de nuevo cuño, en cualquier caso, pergeñado dentro del
sendero leninista de un monopartidismo asentado, como siempre, en la ‘mayoría
absoluta’, que ahora pretende vestir el traje de la ciudadanía contra el poder
omnímodo.
No
voy a negar la conveniencia (sólo conveniencia) de formalizarse ‘al modo’ para
actuar con mayor eficacia (?) en la escena política. Pero también sabemos cómo
suelen acabar todos los ‘entrismos’ de cualquier cuño: seducidos por el poder (la
parcela de poder) que en ese mismo acto se alcanza de una vez. ¿Qué se cede a
cambio? En lo que estamos, la constitución de Podemos como partido político participante
en el juego electoral ha entregado el mismísimo Movimiento Ciudadano del que
partió. Lo ha desarmado, por querencia o por descuido, al tiempo que Podemos se
ha convertido en el nuevo dique de contención entre aquel y las instituciones
políticas que supuestamente hay que asaltar desde dentro. Me recuerda lo que
decía el pintor George Grosz de los revolucionarios alemanes de su tiempo: son
tan pacatas, que incluso cuando van a asaltar un tren, sacan antes el billete.
Basta con ver lo tranquilas que vuelven a estar las calles desde que aquel
Movimiento Ciudadano tan ‘malintencionado’ sólo sobrevive para dar cuerpo al
Partido Podemos.
Las
buenas intenciones, no obstante lo dicho, rebosan en la política, y no vamos a negar
que también las tengan, buenas y hasta mejores, los partidarios de Podemos. Sin
embargo, con sólo agitarlo un poco, con mirar por dentro de sus dobladillos, encontramos
en sus ‘representantes’ unas ansias de poder y exclusividad que llaman la
atención, y no de manera favorable a ellos. Todo parece montado, a través unas asambleas
marcadas desde fuera y de manera piramidal, para el triunfo de quienes ya han
triunfado: Pablo Iglesias y sus afines. Hay como una vuelta al argumento de autoridad,
lograda, ésta última, más que por la persuasión, por la presencia reiterada y
el poder temporal de quienes ‘casualmente’ -se suponía en un principio, cuando,
como en la época dorada del cristianismo
primitivo, la fijación de la doctrina era una tarea colectiva en la que podían
participar todos los fieles devotos de una comunidad (Serna)- andan un
escaño por encima. Es verdad que cuesta elegir y que en la elección última entran
valores añadidos apenas perceptibles. Pero tomar este asunto como la
consecuencia de un mal menor, arrastra un riesgo que quizá debiera evitarse. No
sé cómo, lo siento. Quizá diciéndolo simplemente que no a quien se presenta
voluntariamente. Eligiendo siempre al último de la lista. Cuenta Cornelius
Castoriadis (La institución imaginaria de la sociedad. Vol. 1 Marxismo y teoría
revolucionaria) que la idea de buscar el
poder y el mando sería locura para los indios zuni, entre los cuales, para
convertir a alguien en jefe de la tribu, hay que apalearle hasta que acepta.
Curioso.
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