Pero un puño es lo menos
parecido a un mapa.
Si se abre la mano,
entonces sí. La mano abierta. Los dedos extendidos como flechas hacia todas
partes, parecen ya querer hablarnos. Decirnos cómo y llevarnos con ellos hasta
allí donde ellos no alcanzan.
Pero la mano cerrada, los
dedos haciendo puño, acaso pretende insinuarnos un secreto escondido, el cual
nos merecemos. Hay, en su reducido interior, mucha promesa.
Con Y el aire de los mapas José Carlos Rosales afirma cerrar un ciclo poético tan ancho, tan abierto
(treinta años son muchos años: como para ya dejarlo), que no es posible, a
estas alturas, cerrar nada. Más bien, advertir(nos) sin muchas ganas creo -como
las madres repiten: ¡Niño! Estate quieto de una vez-, que, pese a su buena
voluntad, al final, si la vista es clara, se ve que el aire del secreto se sigue
escapando entre los dedos.
Sólo
hay sitio donde no hubo sitio. ¿Dónde están los colores que no están?
Por ello si, tras la
lectura descuidada con que se aprende el libro –los libros de poemas primero se
leen como los mapas: por encima; preguntándonos si escogimos, mapa o libro,
aquel que necesitamos al momento- las piezas de Y el aire de los mapas
nos llegan a parecer graves sentencias fruto de una gran sabiduría, ocurre que,
por ser precisamente sabias, certeras y más aún: las apropiadas, las redescubrimos,
mejor, estrellas fugaces arrastrando su luz por todas partes; el acompasado vaivén
de las olas, que al armase borran cualquier cartografía del mar donde nos bañamos,
pues siempre será el agua inaprensible el lugar que nos acoja.
Y entonces depende de
cada cual, de su humor, de su talante, si el mapa y el libro le sirven. Lo llevan
o lo traen de su quietud imborrable. A lo mejor no es esto más que lo que me
gusta deducir del poema que (casi) da título al libro, en la página 91, finalizando.
El único en prosa, o en verso tan largo que se desmadeja, como si así quisiera
José Carlos Rosales ofrecernos más comprensible su secreto
El
aire de los mapas depende del que mire los mapas que están sobre la mesa. Si es
lánguido, el aire será lánguido. Si es animoso o fuerte, será un aire revuelto,
huracanado. Y si es pequeño y frágil, sólo será una brisa, brisa leve, el limitado
soplo que nunca lograría mover las dunas, agitar banderas.
Las banderas que nadie
las necesita para nada. Verdades como puños, de una mano amiga. Gracias.
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