martes, 10 de marzo de 2020

DE LOS CUADERNOS DE MARGARITO. Fragmentos salvados


“…en cierto sentido todos somos peregrinos.” (Robert Walser) Investigar el porqué andamos sin movernos la mayoría del tiempo, aun cuando estar en otro lugar, en un lugar distinto, lo añoramos como a una buena jarra de cerveza fría un día de insoportable calor. Ir nos cansa. Llegar parece que podría desilusionarnos. Nos quedamos, así pues, con ese ensueño de un viaje que nos atosiga el cuerpo, nos paraliza de cintura para abajo y nos atornilla en el sitio que más deseamos abandonar. Por suerte, entretanto ha caído la noche y una ligera, pero persistente, llovizna, hace que en los cristales de la ventana suenen las diminutas pisadas de los insectos del agua calzados con botas de montaña. El sosiego vuelve con el anuncio de la cena, servida en el comedor comunal. Voy a salir de mi cuarto por fin. El viaje es corto, mas prometedor. Mientras camino por el pasillo, tanto me dirige como me retarda un olor a sopa caliente que empaña el aire y el murmullo de los que ya están sentados a la mesa y querrán conversar conmigo. (Un día en una pensión de Marsella)


 Todas las cosas tienen su nombre, incluso aquellas que todavía están por inventar o por revelarse. Lo conozcamos o no. De hecho, el primer aprendizaje consiste en retener el nombre de las cosas que se encuentran a nuestro alrededor, aun a falta de mejor entendimiento de las mismas. El primate que somos durante el tiempo que la memoria nos esconde por miedo al retroceso, ya Parlotea, así como el perro Ladra, el lobo Aúlla, el burro Rebuzna, el caballo Relincha, la gallina Cacarea, la avispa Zumba, la ballena Canta, el búho Ulula, el guarro Guarrea…


Los delaté. Fui con el cuento al Maestro y al día siguiente treinta nombres habían sido borrados de la lista de aspirantes. Yo ya iba el primero de esa lista, pero quería más; quería ser el único, el incomparable, el que sabe reinar en solitario sobre la nada y sobre nadie… Todavía hoy me pregunto por qué no llevé a cabo mi plan, tan laboriosamente preparado.


Yo había salido a fumar y el Maestro se aprovechó de mi momentánea ausencia para arrojarse por la ventana. Pero nada estaba previsto. No que yo saliese a fumar ni que él se arrojara por la ventana. Fue una estúpida coincidencia. Como en la gestación de cualquier nueva criatura.


Esos que recuerdan el contenido
de sus sueños, no son más infelices
que los otros. Aquellos que enseguida
lo olvidan todo. Hasta que durmieron.


Mala es la estación del frío para salir de noche.

Huir del invierno, abandonar la casa donde aún perduran encendidas las brasas de los besos que sellaron la despedida, probablemente tenga un final inesperado, ya en la primera esquina, haciendo las veces de encrucijada.

¿Volver?

¿Tomar un taxis?

¿Ampararse en el bar que a esas horas está cerrado?

Preguntas que quebrantan la fe del que escapa de noche, en mitad de su sueño inacabado., mientras la noche, con su luz negra de invariable intensidad, va mermando, una a una, las contestaciones.

 
Pedir ser perdonado.
Insistir más allá de las palabras.
Más allá del silencio.
Más lejos de donde alcanza la sombra
del ofendido.


No se deben tomar a mal las palabras del ofendido.

Él tiene el derecho a matar si es eso lo que desea.


 Nada me hacia feliz.
Ni la vida ni la espera.


Siempre hemos sido dos. [ahora, en este preciso momento, en cada preciso momento, no; mas por siempre dos; como dos mitades o dos imanes sobre una sola superficie restringida]. El que habla y el que escucha. El que dice y el que se oye decir. Y no pasa de ser un vano fingimiento decantarse por el uno o por el otro. Por el que habla o por el que escucha. Pacientemente. A posteriori. Cuando oír ya es tarde.


 ¿Cuándo fue que me convertí  en mi recuerdo, donde no puede estar sino como un extraño? Esta mañana siento que no soy yo el que ve sino quien es visto. Y la imagen que se abre a los ojos de ese forastero en mí, nada le explica. Él no puede entender tanto abandono.

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