(Un hombre mata a otro hombre. Un hecho
trascendente para quien lo realiza por primera vez. Y para el muerto, por
supuesto, aunque el muerto ya no cuente. La trascendencia importa sólo a los
que siguen vivos, y si la muerte [ajena, al gusto de Marcel Duchamp, ya saben:
sólo se mueren los otros] les vale a ellos para entender la relevancia y el
carácter imprescindible de la vida, del otro lado puede verse (?) cómo la misma
depende de un hilo, tan banal en sí como que alguien –un desconocido probablemente-
decida matarte o no; darse esa casualidad.
En
las novelas del Género el crimen suele tener un motivo claro, conciso,
perceptible aunque sea a destiempo. El dinero y el amor. Se mata o bien por
dinero o bien por amor. Jamás porque sí. Porque el muerto llegaba hasta ti –su
asesino- con los días contados y tú, ¡maldita sea!, estás ahí como un actor de
reparto en un drama inequívoco cuyo autor es el anonimato mismo, quién fuera
que decidiera que los seres [vivos] han de morir a su momento de la manera más
normal posible. Pero una vez se tiene al dinero y al amor como el motivo de la
muerte, podemos aventurar que a la par dejan de ser motivos válidos para algo.
Los múltiples ejemplos que hacen la historia del Género así nos lo muestran. Y
a estas alturas, no debe quedar asesino en potencia de novela sin haber comprendido
que matando no se consiguen ni el dinero ni el amor que con tanta avidez
perseguía, pues siempre acaba siendo descubierto y siempre lo paga con su propia
vida, de una u otra de las infinitas variantes que hay para arrebatártela
‘legítimamente’.
Sin
embargo, lo dicho suele aplicarse con mayor regularidad al mundo de lo real. El
dinero y el amor (sobra señalar: malentendido: Si te pega, si te controla, si te humilla, no te quiere) son las
principales causas del crimen. Bastaría, así pues, en buena lógica, con
suprimir el dinero y el amor para acabar con unas de las razones de la muerte,
que no con la muerte misma: ésta, como hemos dicho, es inequívoca. Cualquier sociólogo
materialista con un alto sentido del ideal –o de lo teórico- se mostraría de
acuerdo.
Lo cual
no va a ocurrir -no escondan ni su dinero ni su amor- siempre y cuando lo uno y
lo otro sigan suponiéndose elementos primordiales de la naturaleza humana, esto
es, de la vida... la vida, admitámoslo, que nos gustaría vivir y no podemos. Mas
no porque de forma inevitable nos vayan a acabar castigando caso de matar a
alguien de veras, por dinero o por amar sin ser correspondido (que es muy frecuente),
como sí ocurre en las novelas policíacas que no aplazan su final. Si en lo real
no matamos más, es sólo, y no casualidad, porque no tenemos el dinero preciso para
comprar con qué y nos acabamos conformando con un amor de menor cuantía. Pero motivos,
eso que se dicen motivos, si es cierto que la realidad supera a la ficción, no
nos faltan.
Siempre habrá una primera vez, y la presunción de estar
realizando algo trascendente, pero luego, como diría Vicente Huidobro, un poeta
de los grandes, pronto uno se acostumbra
y hasta siente cierta ebriedad. En lo que sí han de poner mucho empeño si al
cabo se deciden a traspasar el frío umbral que conduce al crimen, algo que
evidentemente yo no les recomiendo por prudencia, es en no parar. Seguir matando
hasta que no queda sobre la faz de la tierra nadie que pueda estar pensando
matarte a ti. Algo que, me temo, lleva siglos ocurriendo. Tampoco vamos a
creernos originales en esto.
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