martes, 9 de diciembre de 2014

CRÍMENES



(Un hombre mata a otro hombre. Un hecho trascendente para quien lo realiza por primera vez. Y para el muerto, por supuesto, aunque el muerto ya no cuente. La trascendencia importa sólo a los que siguen vivos, y si la muerte [ajena, al gusto de Marcel Duchamp, ya saben: sólo se mueren los otros] les vale a ellos para entender la relevancia y el carácter imprescindible de la vida, del otro lado puede verse (?) cómo la misma depende de un hilo, tan banal en sí como que alguien –un desconocido probablemente- decida matarte o no; darse esa casualidad.

En las novelas del Género el crimen suele tener un motivo claro, conciso, perceptible aunque sea a destiempo. El dinero y el amor. Se mata o bien por dinero o bien por amor. Jamás porque sí. Porque el muerto llegaba hasta ti –su asesino- con los días contados y tú, ¡maldita sea!, estás ahí como un actor de reparto en un drama inequívoco cuyo autor es el anonimato mismo, quién fuera que decidiera que los seres [vivos] han de morir a su momento de la manera más normal posible. Pero una vez se tiene al dinero y al amor como el motivo de la muerte, podemos aventurar que a la par dejan de ser motivos válidos para algo. Los múltiples ejemplos que hacen la historia del Género así nos lo muestran. Y a estas alturas, no debe quedar asesino en potencia de novela sin haber comprendido que matando no se consiguen ni el dinero ni el amor que con tanta avidez perseguía, pues siempre acaba siendo descubierto y siempre lo paga con su propia vida, de una u otra de las infinitas variantes que hay para arrebatártela ‘legítimamente’.

Sin embargo, lo dicho suele aplicarse con mayor regularidad al mundo de lo real. El dinero y el amor (sobra señalar: malentendido: Si te pega, si te controla, si te humilla, no te quiere) son las principales causas del crimen. Bastaría, así pues, en buena lógica, con suprimir el dinero y el amor para acabar con unas de las razones de la muerte, que no con la muerte misma: ésta, como hemos dicho, es inequívoca. Cualquier sociólogo materialista con un alto sentido del ideal –o de lo teórico- se mostraría de acuerdo.

Lo cual no va a ocurrir -no escondan ni su dinero ni su amor- siempre y cuando lo uno y lo otro sigan suponiéndose elementos primordiales de la naturaleza humana, esto es, de la vida... la vida, admitámoslo, que nos gustaría vivir y no podemos. Mas no porque de forma inevitable nos vayan a acabar castigando caso de matar a alguien de veras, por dinero o por amar sin ser correspondido (que es muy frecuente), como sí ocurre en las novelas policíacas que no aplazan su final. Si en lo real no matamos más, es sólo, y no casualidad, porque no tenemos el dinero preciso para comprar con qué y nos acabamos conformando con un amor de menor cuantía. Pero motivos, eso que se dicen motivos, si es cierto que la realidad supera a la ficción, no nos faltan.

Siempre habrá una primera vez, y la presunción de estar realizando algo trascendente, pero luego, como diría Vicente Huidobro, un poeta de los grandes, pronto uno se acostumbra y hasta siente cierta ebriedad. En lo que sí han de poner mucho empeño si al cabo se deciden a traspasar el frío umbral que conduce al crimen, algo que evidentemente yo no les recomiendo por prudencia, es en no parar. Seguir matando hasta que no queda sobre la faz de la tierra nadie que pueda estar pensando matarte a ti. Algo que, me temo, lleva siglos ocurriendo. Tampoco vamos a creernos originales en esto.

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