martes, 30 de octubre de 2018

OJITO CON DESCONFIAR

Al hombre a quien llamaban El manco, pues le faltaba la mitad de un brazo, del codo hacia la nada, una noche, mientras dormía plácidamente una de sus habituales melopeas, le ocupó un sueño raro., quizá porque luego, al contárselo a los pocos seguidores que aún conservaba de sus años de escribidor afamado, lo exageraba de forma demasiado manifiesta, o porque había olvidado parte del mismo, la parte que mejor fuese interpretable por cualquiera avezado en los intríngulis del doctor vienés, cuyo nombre el manco era incapaz de recordar.

En mi sueño, contó, me faltaba la mitad inferior del brazo izquierdo, ¿cómo si no hubiera podido reconocerme estando, como estaba, muy dormido? De repente estalló la Revolución, y yo andaba metido en ella de cabeza. Iba subido al capó de un automóvil en cuyos laterales alguien había arañado con su navaja ¡Viva la nada!, en uno, y en el otro, ¡Nada de vivas hasta la muerte! Debía tratarse de un viejo nihilista llegado de la Europa Centra. Yo, en mi entusiasmo, arengaba a la multitud, que escuchándome se enardecía y así fue como acabaron quemando la Catedral, donde se habían refugiado al menos un millar de curas y sus amas, todas ellas sorprendidas por la Revolución en prendas menores. Más tarde, o quizá precediéndolo, no soy nada propenso al orden ni a las cronologías, ya me conocéis, estaba de parte del otro lado y me torturaba a mí mismo a fin de sonsacarme quiénes eran los cabecillas de la Revuelta. Inútil que, vencido por el dolor y el pánico a provocarme un dolor todavía más cruel del que ya padecía, me confesara que yo mismo era el cabecilla de los rebeldes. Nadie me creía, ni yo, así que acabaron soltándome, o conseguí escapar de mis propias garras. Pero en el trajín de una cosa u otra, perdí la mitad del brazo que me falta. Debí arrancármelo yo mismo mientras me interrogaba. Por supuesto, ni siquiera intenté volver a buscarlo. Suerte que tuve de despertar durante la huida. ¿No me creéis? –detuvo su narración a la vista de las caras de desafección que mostraban quienes fueran sus más fieles– ¿Me tomáis por un embustero? Mirad –se remangó la camisa, pero no antes de solicitar que le llenaran su vacía copa de ginebra, dejando al descubierto la parte del brazo que no tenía.

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