[se puede decir de] Lo Real
que es aquella cosa incapaz de parecerse a sí misma por cuanto ya contiene
todos los parecidos posibles en su esencia. De ahí que los espejos se sientan a
obligados a invertir el reflejo de la cosa para no crear, a su costa, una
confusión innecesaria.
Lo Simbólico es el parecido
que puede establecerse entre una cosa y otra cosa sin obligarse a la
reciprocidad. Una cosa es, la otra se le parece, haciendo imposible invertir la
oración: que sea la ‘otra cosa’ y la ‘una cosa’ se le parezca, porque ello
supondría la destrucción del símbolo (apalabrado), situación incómoda donde las
haya, pues nos obligaría a cargar con la cosa puestos a tratar de demostrar que
la otra cosa sólo se le parece.
Y lo Imaginario sencillamente
no es, nada más nos lo parece durante el tiempo de su construcción. Luego, ya
recuperados en lo Real, hasta ese parecer desaparece. Lo mismo que la semejanza
de un dios y su criatura, produciéndose, entonces, un agravio comparativo entre
lo Real y lo Imaginario imposible de resolver sin volver a reinstalarse (como
la niña de provincias que se fue a vivir a un Chagall, Blanca Andreu) en la
imaginación. Más que una mentira piadosa, así pues, la venganza debida a la
mentira de lo Real, cuyo símbolo guarda la Doctrina, el Saber, siempre a falta
de reconocer que entre ella y lo Real el parecido no es sino pura coincidencia.
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