Me
da el tufillo, sí : Michael Seidman –Los obreros contra el trabajo, Barcelona y
París bajo el Frente Popular- no ha entendido nada. O mejor aún: Michel Seidman
no ha querido entender nada. Vencido de principio, y de principios, a su procedencia
yanqui, natural de la severa Filadelfia e historiador de la Universidad de Carolina
del Norte (donde el Partido Libertario no tiene acceso a las votaciones), ha
escogido primar la mirada liberal individualista del self-made man, el hombre
que se hace a sí mismo (permítanme un antojo: siempre que oigo hablar de
semejante personaje, con más de parvenu burgués que de noble aventurero
marginal, me acuerdo de El hombre que pudo reinar, de John Houston, con Sean
Connery y Michael Caine de protagonistas, y sólo veo ya su triste final, cuando
los nativos se rebelan contra el viejo Sean, a punto de ser coronado, nada más
percatarse de que los dioses también sangran); decía, Seidman prefiere (sic)
mirar desde la perspectiva liberal individualista, típico y tópico norteamericanismo,
a tomar en consideración el compromiso solidario y colectivista que suela
caracterizar, por el contrario, a los europeos, al menos a los europeos
solidarios y colectivistas en los que dice basar su estudio, aunque a favor de
esta mini-tesis europeísta pueda alegarse que también el fascismo italiano y el
nazismo alemán fueron, a su modo, respuestas colectivas y solidarias, en su
tribalidad claro, en su reducimiento étnico.
Lo
liberal y lo libertario con los que juega Seidman pueden tener una raíz común,
haber pertenecido, otrora, a la misma camada, pero ahí acaba el parentesco. Jamás
llegaron a ser hermanos bien avenidos. El desuso de ambos apelativos por cada parte
al referirse al otro, da buena prueba de ello. Los liberales prefieren llamar
anarquistas a los libertarios, no hace falta explicar porqué, y los libertarios
no se valen del término liberal sino de forma despectiva, tales son sus ganas
de manifestar su alejamiento. Sin embargo, no es ésta la cuestión principal. Lenta
pero inexorablemente –quede a la vista el neo-liberalismo imperante en tiempo
real- lo liberal pasó a referir la actitud personal, individualista, frente a
la sociedad, de camino hacia el desprecio total de lo social, representado por
el American way of life y su escepticismo nihilista ante cualquier proyecto del
Común. Por el contrario, y pese a lo extraño y paradójico que pueda parecernos
dada sus originales proclamas nihilistas y escépticas, a su vez, lo libertario
se volvió más ecléctico, así la vida misma, encontrando en el sindicalismo –al menos
en el caso español que se refiere: anarcosindicalismo de la CNT catalana- el
punto de unión de lo individual y lo social, no de forma obligatoria,
doctrinal, sino como ‘reacción racional’
–como el mismo Seidman lo denomina, capítulo 2- ‘ante la relativa pobreza y miseria de los trabajadores españoles’. Desde
entonces, dos empezó a ser de veras más que uno sin necesidad de recurrir a la
suma, que masifica y embrutece.
El
resto (540 páginas de un libro francamente insufrible) no deja de ser pura
anécdota, por muy documentada y verificada
que esté. Cuestión de circunstancias que, además, se malograron con el triunfo
de la contrarrevolución pseudocomunista de mayo del treinta y siete, cuando se
eliminaron –violentamente- las colectivizaciones iniciadas por la CNT y la
productividad, con la excusa de ganar la guerra, volvió a ser el leitmotiv del
trabajo.
Por
cierto, no estará de más si les confieso que yo no veo causa extrema alguna
para hacer del trabajo una necesidad y mucho menos una virtud que nos sublime. He
procurado trabajar siempre lo menos posible y, las pocas veces, en el
convencimiento de estar haciendo el primo. Por eso hice, desde muy temprano,
caso a Pío Baroja: (los socialistas) nos
quieren convertir en obreros; (los anarquistas) sueñan con darnos a cada uno de los hombres nuestra casita, nuestra
tierrecilla y un trabajo cualquiera para entretenernos. Será imposible lo
último, ero nuestras simpatías han de ser por ellos. (El tablado de
Arlequín)
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