Se
venga Max Aub de Edgar Neville -tan alto,
tan gordo, tan sano- de una forma tan terrible como cruel: muerto antes que yo. Tan elegante, tan al tanto, tan rico, conde
de no sé que, aficionado, suertudo, pero sobre todo: muerto antes que él. A
Max Aub –dicen que Buñuel quiso escogerlo para el papel de don Quintín el
Amargao- le sobra con sobrevivir para sentirse vengado. Él y los suyos. Él y
España entera. La España vencida y desarmada y que ahora, por merced del Cielo,
se ve recompensada de tan larga y agónica espera cuando el cadáver de su enemigo
pasa ante su puerta con absoluta indiferencia hacia la gallina ciega.
Qué
les voy a decir. A mí, tal parecer me resulta triste. Me amarga. Me
desconsuela. Me deja más desalentado de cómo estaba cuando mi enemigo aún vivía
y coleaba. Otra cosa sería si al muerto lo hubiese matado yo con mis propias manos.
Entonces me sentiría feliz y contento, convencido de haber hecho justicia. Y
después, que la hicieran conmigo lo más rápido. Casi a la par. Porque sobrevivir
a la muerte a veces es como quedarse en nada.
Piensen
que no otro fue el Espíritu de la Transición, y miren cómo nos va. Algunos hablan,
al hilo de los días, de cambiar la Constitución, pero a mí, no sé ni por qué,
me da que para tal menester antes habría que resucitar al muerto y matarlo de
veras. Sin la ayuda de dios.
(Max Aub. Cuerpos presentes. Biblioteca Max Aub 9. Fundación Max Aub
(Max Aub. Cuerpos presentes. Biblioteca Max Aub 9. Fundación Max Aub
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