lunes, 23 de junio de 2014

EL SOL DEL MEMBRILLO



Lo único que me preocupa de la abdicación de Juan Carlos I es Antonio López. Ya saben, Antonio López, el pintor hiperrealista, natural de Tomelloso –manchego pues: como Sarita Montiel, el inagotable Almodóvar y muy querido Félix Grande-, el cual tiempo hace que viene pintando el retrato del ex-monarca y, a la fecha de hoy, aún no ha terminado por un motivo u otro, aunque a mí me da que si Antonio López, tenaz como los ciclos del tiempo, no acaba el cuadro de Juan Carlos I, ello es por consideración de Eduardo Arroyo, por no desmerecer la caricatura que éste último hizo de aquel y ahora figura colgada en la Asamblea de la Comunidad de Madrid, para espanto de los monárquicos de toda la vida y fuelle de las expectativas republicanas de algunos ante tan esperpento, palabra favorable sólo si se aplica al teatro de Valle Inclán, póstumo marqués de Bradomín por la gracia (merced y chiste) de su majestad.

En verdad, el asunto dejó de preocuparme casi a la par de nacer en mí como una mera ocurrencia tabernaria. Andábamos de vinos por el Alambique –otro de mis bares recurrentes- cuando a mi amigo Paquito –insurgente las veinticuatro horas del día, como a él le gusta encontrarse- quiso saber de mi opinión al respecto. Al respecto de la mareada abdicación, pues a Antonio López lo introduje yo en la charla, precisamente para patentizar ante la concurrencia mi desinterés por el tema. Tanto me da un rey como el siguiente, mas como lo veo cosa de familia, y ésta no se deshace sino cuando el hijo puede demostrar si se parece y no se parece a su padre, me inclino por darle un tiempecito al joven Felipe antes de plantearle de cara la más razonable legitimidad republicana, que él comprenderá si, como aseguran, es un hombre moderno casado con una chica del pueblo.

A lo que estamos. No me veía, en aquellos momentos, capacitado para dar respuesta cumplida a una pregunta necesitada de referéndum nacional, y salí por la tangente con el concurso del mencionado Antonio López. Mira, Paquito, le dije, a mí de este asunto me preocupa Antonio López. Que no pueda terminar su cuadro del rey. Paquito, acostumbrado a mis desvaríos intelectuales, corra o no el vino entre nosotros, guardó un silencio al que presumí cómplice. Esto es, a la espera de cuanto pudiera yo soltar a continuación, y suficiente para que me diese tiempo a armar mis argumentos. Lo hice rápido, pues el vino pone alas y quita el miedo a volar. Va ser que no, Paquito, hilvané. Va ser (en catalán: fue; nos adelantan) como si, por una vez, la realidad quisiera darle la razón al arte, así por las buenas. [pausa] ¿Acaso no se trata de un retrato hiperrealista? [pausa] Pues eso, si el rey abdica: el dichoso cuadro resultará más acabado cuanto menos acabado esté. Bueno, no cuanto menos, sino por cuanto acabado en el momento justo de la abdicación. [pausa] Es como, te lo digo yo, si el hiperrealismo hubiese alcanzado la cumbre del puro conceptualismo. Mostrar sin decir, como le gustaba al coñazo de Wittgenstein, me las quise dar de enterado.

Y así fue, de tan natural manera, como me despreocupé de la suerte de Antonio López, justo cuando empezaba a herirme. ¡Qué grande es Antonio López!, grité con grande alborozo. Pero Paquito, que permanecía al quite de mi razón triunfante, apostilló enseguida con mayor hiperrealismo si cabe: Así será si ya ha cobrado por el cuadro.

Adónde nos lleva a todos beber sin mesura. Bendito sea.

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