Lo
único que me preocupa de la abdicación de Juan Carlos I es Antonio López. Ya
saben, Antonio López, el pintor hiperrealista, natural de Tomelloso –manchego pues:
como Sarita Montiel, el inagotable Almodóvar y muy querido Félix Grande-, el
cual tiempo hace que viene pintando el retrato del ex-monarca y, a la fecha de
hoy, aún no ha terminado por un motivo u otro, aunque a mí me da que si Antonio
López, tenaz como los ciclos del tiempo, no acaba el cuadro de Juan Carlos I,
ello es por consideración de Eduardo Arroyo, por no desmerecer la caricatura
que éste último hizo de aquel y ahora figura colgada en la Asamblea de la
Comunidad de Madrid, para espanto de los monárquicos de toda la vida y fuelle
de las expectativas republicanas de algunos ante tan esperpento, palabra
favorable sólo si se aplica al teatro de Valle Inclán, póstumo marqués de
Bradomín por la gracia (merced y chiste) de su majestad.
En verdad,
el asunto dejó de preocuparme casi a la par de nacer en mí como una mera
ocurrencia tabernaria. Andábamos de vinos por el Alambique –otro de mis bares
recurrentes- cuando a mi amigo Paquito –insurgente las veinticuatro horas del
día, como a él le gusta encontrarse- quiso saber de mi opinión al respecto. Al respecto
de la mareada abdicación, pues a Antonio López lo introduje yo en la charla,
precisamente para patentizar ante la concurrencia mi desinterés por el tema. Tanto
me da un rey como el siguiente, mas como lo veo cosa de familia, y ésta no se
deshace sino cuando el hijo puede demostrar si se parece y no se parece a su
padre, me inclino por darle un tiempecito al joven Felipe antes de plantearle
de cara la más razonable legitimidad republicana, que él comprenderá si, como
aseguran, es un hombre moderno casado con una chica del pueblo.
A lo
que estamos. No me veía, en aquellos momentos, capacitado para dar respuesta
cumplida a una pregunta necesitada de referéndum nacional, y salí por la tangente
con el concurso del mencionado Antonio López. Mira, Paquito, le dije, a mí
de este asunto me preocupa Antonio López. Que no pueda terminar su cuadro del
rey. Paquito, acostumbrado a mis desvaríos intelectuales, corra o no el
vino entre nosotros, guardó un silencio al que presumí cómplice. Esto es, a la
espera de cuanto pudiera yo soltar a continuación, y suficiente para que me
diese tiempo a armar mis argumentos. Lo hice rápido, pues el vino pone alas y
quita el miedo a volar. Va ser que no,
Paquito, hilvané. Va ser (en
catalán: fue; nos adelantan) como si, por
una vez, la realidad quisiera darle la razón al arte, así por las buenas.
[pausa] ¿Acaso no se trata de un retrato
hiperrealista? [pausa] Pues eso, si
el rey abdica: el dichoso cuadro resultará más acabado cuanto menos acabado esté.
Bueno, no cuanto menos, sino por cuanto acabado en el momento justo de la abdicación.
[pausa] Es como, te lo digo yo, si el
hiperrealismo hubiese alcanzado la cumbre del puro conceptualismo. Mostrar sin
decir, como le gustaba al coñazo de Wittgenstein, me las quise dar de
enterado.
Y así
fue, de tan natural manera, como me despreocupé de la suerte de Antonio López,
justo cuando empezaba a herirme. ¡Qué grande
es Antonio López!, grité con grande alborozo. Pero Paquito, que permanecía
al quite de mi razón triunfante, apostilló enseguida con mayor hiperrealismo si
cabe: Así será si ya ha cobrado por el
cuadro.
Adónde
nos lleva a todos beber sin mesura. Bendito sea.
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