Las
palabras caídas al suelo no rebotan y acaban convirtiéndose en piedras, pero no
en piedras preciosas, precisamente. Yo las recojo, y las guardo, procurando que
T. no las descubra y las vuelva a tirar de nuevo. Porque las piedras que vienen
de ser palabras, y no son piedras preciosas, precisamente, la gente tanto las
desprecia, que devueltas a la circulación: hieren como las cuchillas marca Gillette
que los hombres antiguos usaban para afeitarse la cara.
Una vez,
estando de vacaciones, razón por la cual andaba despreocupado de mis manías,
encontré una [piedra] que me aseguró haber sido en una vida anterior la palabra
piedra. Soy, así pues, una redundancia, y debes tener mucho cuidado conmigo,
continuó su confesión, porque si me arrojas y le doy a alguien, seguro que lo
mato.
No me
quedé con ella. Me dio miedo llevarme a casa una piedra tan peligrosa. Aunque
en el fondo me gustaba. Era el arma que yo siempre había soñado poseer.
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