Acerca de la Teoría de la
Conspiración he podido leer recientemente [no recuerdo dónde] cuanto necesitaba
saber para aclararme. Conspiración, decía el texto, la hay, falla la teoría. Y
conspiraciones, en efecto las hay por doquier (antigualla, pon mejor: a
mogollón. Desde siempre. Desde que Eva y la serpiente bakuninista (‘ni dios ni
amo’) y hasta este mismo instante en que dos se vuelven a acostar juntos en
contra de la opinión del mundo, que a su vez conspira contra ellos y su loco
amor, como lo diría André Breton, el papa de la conspiraciones surreal,
dominadora de nuestros inconscientes.
La teoría, en cambio,
resulta fallida debido a su falta de sencillez. Cualquier teoría que busque
extenderse y convertirse en un topos, ha de contar de salida con una
formulación fácil. Por ejemplo: cualquier cuerpo sólido sumergido en un
líquido, ejerce una presión hacia arriba igual al peso del líquido desalojado.
De tan bonico como suena, termina por tomarse en serio y, desde entonces, todos
los nadadores advierten que cuando ellos saltan a la piscina, salpican irremediablemente
a los miedosos que se quedan en los bordes. (Y dicho al paso, no me vengan con
el contra-ejemplo del terrón de azúcar, pues si el terrón de azúcar se disuelve
en el café humeante, es a causa del meneo aplicado a la resultante sabrosa taza
de café azucarado. Razón está suficiente para explicar que nadie se bañe en un
una lavadora, sabedores todos de que termina centrifugando.
Pero volvamos a lo
nuestro, limpios y sin desfragmentar. La causa del fallo en la Teoría conspirativa
está en que no se puede expresar sin primero conspirar a su favor. Los
matemáticos son conscientes de este primordial hecho y por ello emplean números en lugar de
palabras. No se conocen números polisémicos y se cree sin atisbo de duda en los
números enteros (aun cuando, colocados con acierto, no dejan de producir
intereses, algo así como el acné de los números cuando todavía están en edad de
crecer. De modo que 1+1=2 no da lugar a discusión, siempre y cuando el misterio
de la santísima trinidad siga siendo un misterio. Ahora bien, si nos fijamos
con detenimiento en ese 1+1=2, no vemos más que una conspiración elemental. No
de los números, claro, ajenos a la cuestión que con ellos se plantea, sino de
los susodichos matemáticos, quienes, a fin de entenderse entre ellos [y nadie
más], se adelantaron a crear lo signos de su entendimiento. O sea, que si no
eres matemático, jamás alcanzas a entender las matemáticas, y aunque lo mismo
se pudiera afirmar de los poetas y los fontaneros, caeríamos en un grave error
de perspectiva, pues sí que puede haber malos poetas y malos fontaneros (que
inflan las averías para inflar la factura), no ocurre igual con los
matemáticos. Repito, o eres matemático avant la lettre o eres el contable al
que le bailan los números y acaba escondiendo a los más díscolos –esos capaces
de seguir bailando la música callada- en sus propios bolsillos.
¿Les estoy diciendo que a
la Teoría de la Conspiración le falta el lenguaje adecuado para ser verdadera?
Pudiera ser, que le falte, no que se lo esté diciendo. Porque no estoy seguro
de poder afirmar nada. Si lo estuviera o estuviese (aquí conviene la redundar)
acaso no fuera sino que ando entre los conspiradores y, en este hipotético
caso, habría recibido el mandado de guardar silencio al respecto, de no revelar
los signos de la conspiración. Es más, probablemente estuviese obligado a
sugerirles teorías confusas, o lo que es igual: a vivir como eterno conspirador
contra la posible existencia de la Gran Teoría, de la Teoría única y verdadera
que supuestamente se nos ha de desvelar un día. Ya lo dijo Nietzsche: muerto
dios, nos queda la gramática. O Juan de Mairena: Sólo los tontos no conspiran
contra su dueño.
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