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Ronda, Málaga, verano 2011 |
Sencilla como un haiku,
caminaba la hermana acompañando a la hermana. El sol daba de pleno sobre la
pared de la iglesia en aquella plaza rondeña del ayuntamiento. Era el mediodía.
Quizá las hermanitas (Federico Urales) sudaban bajo sus hábitos cuentas de rosario.
Quizás a su alrededor corría una ligera brisa con que dios, oidor de sus rezos
-compañía de sus pasos- trataba de aliviarlas. Pero yo sólo veía su desamparo
en esas horas en que nada más se antoja sentarse a beber unas cervezas, catar
las aceitunas del lugar y esperar pacientes a que el sol desfallezca. De modo
que si me atrevía a fotografiarlas fue porque en ese mismo instante ellas se
cuidaban de la ardentía a la sombra prudente de un árbol espeso. Que ahí se
queden para siempre. Como arrulladas por la tentación. Varadas en la zona
oscura de las que están forzadas a huir como del diablo.
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