La niebla no se parece a nada verdadero
–según Nicéforo.
Yo tenía un tío Sol que era un
fracasado de nacimiento, pero mi tío Sol sabía cantar Niebla –según Cummings.
Sopló, y las palabras se deshicieron
sobre el papel, pero todavía quedan rastros de niebla donde moran las alimañas
y los mendigos –según Borges.
O sea, que luego de llover: escampa, y
la casa se queda llena de figuritas que una vez fueron adorables.
Esplendor en la niebla –según Kazan,
que miraba complacido a la esplendorosa Natalie Wood cambiándose de blusa.
Los Reyes Magos me han traído un reloj
anti-niebla, que cuando hace sol: en lugar de la hora da palmas por bulerías.
Recuerdo con agrado -¡cuánto me agrada
recordarlo!- mis primeras nieblas las lejanísimas mañanas escolares –según Juan
Ramón. Albergaba la alborozada esperanza de que el chófer del autobús –Antonio-
equivocara la carretera y acabásemos cayendo en los abismos del Darro.
Entonces, para mí la niebla era un suave colchón de plumas sobre el cual
caeríamos los colegiales. Los colegiales nos salvaríamos mientras los
profesores, en realidad, se despeñaban.
Te temo más que a un nublao –se acordaba
Valle de las terribles madrugadas en las que salía a varear aceitunas.
Niéblame, amor. Nunca te aclares
conmigo.
La niebla azucarada que vendían en la
feria del Corpus. Las había de todos los colores, pero los feriantes las
combinaban de tal manera, que siempre mirábamos el arco iris.
La niebla se vuelve piedra en Unamuno
(miré qué hombre. Si hasta el nombre da susto)
¿No se llamaba Niebla el perro de
Heidi?
Simenon aprovechaba la niebla para
cometer crímenes horrendos que luego el pobre Maigret tenía que resolver.
Mais, ¿cómo se disuelve un crimen?
No se me ocurren más tontunas sobre la
niebla. Estoy nublao.
Jaume Sisa: Quealsevot nit pot sortir
el sol
El galego: Mais, de todas las noches
acaba saliendo el sol.
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