domingo, 14 de octubre de 2012

A VUELTAS CON DON PEROGRULLO




--Parloteaban confrontados tertulianos (la Sexta, Al rojo vivo, aunque uno de entre ellos, entre bambalinas, ya advirtiera: El rojo muerto) sobre la inconstitucionalidad de los pronunciamientos políticos de S.M. (¿Santiago Martín El Viti?). Al principio negándolos, negando la existencia de tales pronunciamientos, y si no los pronunciamientos, al menos su carácter político. Después, admitiendo que sí, que el rey se había manifestado, pronunciado por lo que al asunto catalán se refiere, y no una vez, sino dos o tres, cuantas creyó necesarias. Y por último, desde una u otra postura, tratando como fuese de salvar la figura del rey.

Ni entro ni salgo. Ni quito ni pongo. Pero tampoco creo que sea esa la cuestión. La cuestión es que el rey forma parte del contexto político, de modo que cualesquiera de sus declaraciones (opiniones) o se convierten en políticas o están fuera de lugar.

¿Qué sentido puede tener que el rey hable si sus palabras no han de tener reflejo en la vida política? ¿Es el rey don Tancredo? ¿No estaremos diciendo de forma sibilina que se impone un drástico y decisivo recorte al respecto?

El rey no mea fuera de tiesto cuando hace posible que sus palabras se interpreten políticamente. Simplemente mea y nos quieren hacer creer que llueve.

--Si algún día llegara en que Catalunya no quisiera o quisiese independizarse de España, sería que ya no estamos en España.

Nada más español, más constitutivo de lo español, que ese deseo independentista catalán. O vasco. O gallego. O libertario: hasta la desaparición absoluta del Estado.

Volvámonos añosos, cutres, por un rato. Pasa que España hace tiempo que dejó de ser (tanto que ni siquiera fue que empezara a serlo) como ese noble apellido que supuestamente cohesionaba una parentela que por más que distante –en el espacio y en el tiempo- no perdía de vista su carácter troncal (el esqueleto vertebrado de Ortega). Desde que la globalidad se hiciera presenta como esa tormenta perfecta que es en realidad, y el mercado, el mercadeo, la única instancia soberana de referencia, España gusta de presentarse a sí misma como ‘la marca España’, y esto ya es otro cantar.
Todo lo moderna que se quiera, pero una vez sujeta a los vaivenes del mercado, el dudoso problema identitario (bastaría con admitir que el seny catalán y la mala follá granaína, p.e., no son discordantes ni en fondo ni en forma para considerar una identidad sumada) pasó a ser un mero asunto comercial: asegurarse de que los beneficios obtenidos en las distintas sucursales sigan llegando sin merma a la Casa Central. Mientras que, por su parte, las sucursales no piensan en otra cosa que en apañarse directamente esos beneficios en orden a un ‘reparto más natural’.

Y si algú no està d’acord (que bien pudiera ser) amb tot això que canto, si algú no li ha agradat el que acabo de dir, que agafi un guitarrot, una arpa, una viola, que faci una cançó y que em critiqui a mi. Pero antes, mejor si se fija un instante en la que está liando Alemania -la Merkel en concreto, pues también los alemanes lo llevan crudo con la Casa Madre- para hacerse de nuevo con lo que Alemania nos había fiado en el libre mercado.

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