viernes, 26 de octubre de 2012
domingo, 21 de octubre de 2012
(del) Diccionario de las memorias y el olvido

ENCAPOTADO. 1. Negras tormentas
agitan los aires,
Nubes oscuras nos impiden ver.
2. O sea, que el
cielo está encapotado.
ENCARNACIÓN. 1. Que la
encarnación fuese un misterio, 2. sin duda facilitó el embarazo de muchas
muchachas a la primera vez que ella y el novio se arremetían con la fuerza de
un ciclón. 3. Luego, enterados los papas de uno y otro bando de las graves consecuencias
del asunto, entre ellos imponían la obligación de casarse de los actuantes. 4.
De penalti, llamaban a ese matrimoniar de urgencia y conveniencia para las
partes. 5. Acaso porque no olvidaran, en la vida nunca jamás echaran de menos,
que el matrimonio es la pena máxima por una falta a la que luego en la moviola se vería / sin la menor
alevosía.
ENVIDIA. 1. Cochina envidia.
2. Quien se muere de envidia, 3. primero encoge y luego 4. se va sin que
nadie lo eche de menos.
martes, 16 de octubre de 2012
Lorca no está en su tumba

Al principio,
claro, no lo reconoció, pero como era de la policía y debía saberlo todo -cuanto
pasara, incluso por accidente, en las calles en las cuales patrullaba-
enseguida se preguntó quién sería aquel granadino tan extravagante.
En Nueva York no
había la costumbre provinciana de vestir pantalones bombachos, como eran los
que ese día llevaba Federico. Traje de pantalón bombacho y unos calcetines
claros tejidos a mano cubriéndole el resto de sus piernas, las cuales de otro
modo le habrían quedado descubiertas, siendo una tarde fría como era la tarde
de la que hablamos.
Semejante
catadura, así pues, fue lo que supuestamente extrañó al joven policía, aunque
los neoyorquinos, por lo general, vistan de forma aún más rara y confusa que
los de otras partes del mundo.
Entonces,
teniendo en cuenta esta última circunstancia, cabe suponer que quizá Federico
sorprendió gratamente al policía, pues ya se comentaba, no sin algo de
exageración, lo bien que caía Federico a todo el mundo. Su duende, su halo
poético, como una corona de santo, se maravillaban los más afines, brillaban
allí donde él rondase. Incluso cuando el ambiente le resultaba adverso como en
este caso, pues Federico no hablaba ni gota de inglés y, por las fechas en que
ocurrieron los hechos, tampoco puede pensarse que hubiese en Nueva York muchos
policías latinos, como Andy García, y casi todos ellos eran de origen irlandés,
blanco y profundo.
Pero vale. Fuera
por lo que fuera, porque recelase de Federico o porque la figura de Federico lo
atraía como las luces de una feria de mucho bullicio, lo cosa fue que el celoso
agente extendió hacía él su brazo izquierdo –el derecho no lo apartaba del arma
reglamentaria: una glock 17- y con brusquedad proporcionada se apoyó sobre el
hombro acolchado del poeta, mientras le ordenaba:
Identifíquese,
haga usted el favor.
Federico no se
alarmó ante la actuación francamente hostil del madero. Tan acostumbrado estaba
a que lo pararan en medio de cualquier calle –de Nueva York o de Churriana; de
Lanjarón o de Buenos Aires, La Habana o Montevideo- por aquello de solicitarle
un autógrafo, que en lugar de encresparse como correspondía, pues nada malo
hacía para que la Autoridad se fijara en él, lo que en cambio hizo fue sacarse
del bolsillo un ejemplar del Romancero gitano vertido al inglés por el
mismísimo Leonard Cohen, firmar en la página de cortesía con su nombre completo
en lugar de con la precipitada rúbrica con que solía responder cuando sólo
buscaba salir del paso, y entregárselo premioso al solícito joven, a la vez que
no dejaba de mostrarle la mejor de sus sonrisas andaluzas.
Éste, no
obstante, pareció mosquearse bastante ante la actitud –la tomó por desacato-
complaciente de Federico, y sin más, acaso movido por un automatismo síquico, desenfundó
la pistola, la engatilló con la presteza aprendida en la Academia y, por si un
fuera a ser que, allí mismo le descerrajó tres tiros en el pecho,
aprovechándose de la fácil diana que le presentaban los tres botones dorados de
la chaqueta del poeta.
Sobra decir que
antes de desangrarse sobre la acera, Federico ya estaba muerto. Lo que después
sucediera o dejara de suceder en Granada una noche agosteña al filo del alba
más oscura, no será sino la confusa trama, el artero ardid pergeñado por el efebei
a fin de dar rápido carpetazo a un asunto que tanto le comprometía.
Probablemente a ello se deba el que su cadáver no aparezca por ninguna parte. Ni siquiera allí donde de a las de veras lo mataron.
domingo, 14 de octubre de 2012
A VUELTAS CON DON PEROGRULLO
--Parloteaban confrontados tertulianos (la Sexta, Al rojo vivo, aunque uno
de entre ellos, entre bambalinas, ya advirtiera: El rojo muerto) sobre la
inconstitucionalidad de los pronunciamientos políticos de S.M. (¿Santiago
Martín El Viti?). Al principio negándolos, negando la existencia de tales
pronunciamientos, y si no los pronunciamientos, al menos su carácter político.
Después, admitiendo que sí, que el rey se había manifestado, pronunciado por lo
que al asunto catalán se refiere, y no una vez, sino dos o tres, cuantas creyó
necesarias. Y por último, desde una u otra postura, tratando como fuese de
salvar la figura del rey.
Ni entro ni salgo. Ni quito ni pongo. Pero tampoco creo que sea esa la
cuestión. La cuestión es que el rey forma parte del contexto político, de modo
que cualesquiera de sus declaraciones (opiniones) o se convierten en políticas
o están fuera de lugar.
¿Qué sentido puede tener que el rey hable si sus palabras no han de tener
reflejo en la vida política? ¿Es el rey don Tancredo? ¿No estaremos diciendo de
forma sibilina que se impone un drástico y decisivo recorte al respecto?
El rey no mea fuera de tiesto cuando hace posible que sus palabras se
interpreten políticamente. Simplemente mea y nos quieren hacer creer que
llueve.
--Si algún día llegara en que Catalunya no quisiera o quisiese
independizarse de España, sería que ya no estamos en España.
Nada más español, más constitutivo de lo español, que ese deseo independentista
catalán. O vasco. O gallego. O libertario: hasta la desaparición absoluta del
Estado.
Volvámonos añosos, cutres, por un rato. Pasa que España hace tiempo que
dejó de ser (tanto que ni siquiera fue que empezara a serlo) como ese noble
apellido que supuestamente cohesionaba una parentela que por más que distante –en
el espacio y en el tiempo- no perdía de vista su carácter troncal (el esqueleto
vertebrado de Ortega). Desde que la globalidad se hiciera presenta como esa
tormenta perfecta que es en realidad, y el mercado, el mercadeo, la única
instancia soberana de referencia, España gusta de presentarse a sí misma como ‘la
marca España’, y esto ya es otro cantar.
Todo lo moderna que se quiera, pero una vez sujeta a los vaivenes del mercado,
el dudoso problema identitario (bastaría con admitir que el seny catalán y la
mala follá granaína, p.e., no son discordantes ni en fondo ni en forma para
considerar una identidad sumada) pasó a ser un mero asunto comercial: asegurarse
de que los beneficios obtenidos en las distintas sucursales sigan llegando sin
merma a la Casa Central. Mientras que, por su parte, las sucursales no piensan
en otra cosa que en apañarse directamente esos beneficios en orden a un ‘reparto
más natural’.
Y si algú no està d’acord (que bien pudiera ser) amb tot això que canto, si algú no li ha agradat el que acabo de dir, que
agafi un guitarrot, una arpa, una viola, que faci una cançó y que em critiqui a
mi. Pero antes, mejor si se fija un instante en la que está liando Alemania
-la Merkel en concreto, pues también los alemanes lo llevan crudo con la Casa
Madre- para hacerse de nuevo con lo que Alemania nos había fiado en el libre
mercado.
viernes, 5 de octubre de 2012
¡VIVA EL PUEBLO!
De
las cuatro acepciones: cada
uno de los significados de una palabra según los contextos en que aparece,
que da el Diccionario de la Real Academia a la palabra Soberanía, y a tenor del contexto donde para la ocasión fue
pronunciada por el señor Hernando, sólo encuentro oportuna la cuarta: Orgullo, soberbia o altivez, en
detrimento de las otras tres, más parecidas entre sí, a las cuales,
supongámoslo, querría referirse, pero sólo las consigue rozar y con mucho
cuidado por su parte, no fuera ser que se les vinieran encima.
De
modo que cuando dice soberanía nacional,
yo sólo le oigo decir: orgullo nacional, soberbia nacional, altivez nacional, y
me suena muy feo. El orgullo nacional es válido cuando gana la selección de
fútbol, pero no cuando la soberbia nacional nos lleva a meternos en una guerra
que ni nos va ni nos viene, de la cual –como el señor Hernando bien puede
recordar- salió su propio partido tan
mal parado en las urnas (érase una vez). Y es que la altivez no está de moda,
no es de recibo en un ‘contexto democrático’.
Porque
de lo que si se olvida el señor Hernando es de la definición exacta que el Drae
da de la soberanía nacional: la que
reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales,
así como de que para que la soberanía nacional se haga realidad es preciso,
antes de nada, que el pueblo goce de absoluta libertad de expresión, en todo
los momentos y no sólo cuando se le quiera oír.
Dirá
que el pueblo se expresa a través de las urnas y, por tanto, ‘su expresión’ ha
quedado clara tras el escrutinio y la suma de votos. Bien. Puedo estar de
acuerdo. O, en principio, me conformo. Di mi palabra soberana: alteza o excelencia no superada en cualquier
orden inmaterial –aun cuando no sea mi caso- y debo cumplirla en el tiempo
pactado. Y ahora viene el ejemplo insolente por evidente. Quien temporalmente
(cuatro años) ejerce (el medio y no el sujeto) la soberanía nacional decide no
cumplir el acuerdo –sus razones tendrá- y adelanta las elecciones. Pues bien
¿no parece un agravio comparativo el hecho de que a quienes, también con sus
razones a cuestas, pretenden hacer algo semejante (Gobierno dimisión) no se lo
dejen hacer, ni siquiera pedirlo? Sean
seis mil o seiscientos mil -como dizque calculaban a fuer de justificar la
exagerada presencia de la policía (desusado: cortesía, buena crianza y urbanidad en el trato y costumbres) a las
puertas del Congreso- ‘pedir no es robar’ en ningún caso, y es más, si alguna verdad le cabe al hecho democrático ésta no es otra que la de ‘atender’ a las
minorías a fin de que su expresión no se pierda por mucho que no sea preciso tenerla
en cuenta. Me imagino que al señor Hernando, una vez su grupo goza de mayoría
absoluta en el Parlamento, no se le ocurre (bueno, probablemente se le ocurra,
pero no se lo calla) decirle a los grupos minoritarios que para qué van a
acudir, si tampoco van a lograr nada.
De
modo que me sigue pareciendo soberbio cuando intento explicarme sus exabruptos
contra el juez Pedraz, tildándolo de ‘pijo ácrata’ (selecciono) y haciéndole
responsable de cualquier acto de
intimidación, acoso o agresión que pueda producirse contra cualquier
representante de la soberanía nacional.
Lo
de pijo debe ser por la toga, demasiado ceremoniosa para los tiempos que vivimos,
pero, qué le vamos a hacer, un símbolo más de la severidad del poder. Y lo de
ácrata, porque le lleva la contraria. Con todo, me gusta la expresión por lo
que dice de quien la dice: un pijo neoliberal.
Más
serio encuentro ese de llamar a una libre expresión, por exagerada que sea: manifestarse
en mitad de la calle, acto de intimidación, acoso o agresión. En primer lugar,
porque supone rebajar hasta mínimos la antigua altivez de los señores representantes de la soberanía nacional,
que ahora se muestran incapaces de aguantar lo que, según ellos mismos, no son
más que improperios salidos de los gaznates de quinientos radicales atrasados,
pues los demás que por allí merodeaban eran meros comparsas y porque ese día no
había partido televisado. En segundo lugar, y un poco más en serio, porque aquí
no cabe la metonimia de tomar la parte por
el todo. Sencillamente, no alcanzo a entender que meterse con un diputado, o
con cualquier medio temporal, contingente -como incluso lo son las propias
leyes que nos damos y ellos nos quitan a su albur ¿Es necesario recordar casos
concretos? Pues miren los cambios en las leyes laborales, sin ir tan lejos-, ‘representantes
(que obran en representación) de la soberanía popular’ sea meterse con la
soberanía popular misma, única proposición insoslayable en toda esta cuestión.
Si
los caminos del Señor –de quien el señor Hernando debe seguir creyendo que les
llega a ellos el poder- son inescrutable, los caminos de la soberanía popular
son, al menos, inesperados.
Pero
el cadáver ¡ay! sigue muriendo. Y mucho me temo que ni cuando lo rodeen todos
los hombres de la tierra, se incorporé emocionado, abrace al primer hombre y
eché a andar, como en el poema de César Vallejo.
Entonces
–oigo que me dice al oído doña Soraya Rodríguez- no andaba yo muy descaminada
cuando dije que hablar de la decadencia de los políticos no parece un juicio
muy juicioso (tergiverso). Pues sí,
señora –le contesto- sigue usted en la luna de Valencia. Los políticos no están
en decadencia sino en franco catalepsia. Me contengo.
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