Fueron los actores ciegos
quienes al cabo de un tiempo sin subir al escenario, tropezaron involuntariamente
con los cadáveres de los padres que alguien –acaso aprovechándose de las mañas
de los magos a quienes imitaban de manera inconsciente– había descuidado con
mala intención por los suelos del teatro.
Entonces, se corrió la voz, y
como quiera que fuese, nadie quiso reservarse su opinión y todos hablaron a la
vez.
Los teólogos vieron a dios en
el vacío.
Los gramáticos, por si acaso,
no tardaron en regular el vacío de los espacios en blanco.
Los economistas calcularon
cuánto iba a costarles el vacío.
Los cartógrafos dibujaron los
mapas del vacío.
Los jurisconsultos dictaron
las leyes del vacío…
… los aviadores planearon
sobre el vacío. Los marineros lo navegaron de uno al otro confín. Los
escritores le pusieron nombre mientras los artistas lo pintaban de variados
colores. Los músicos lo hicieron sonar y, a continuación, los arreglistas
mejoraron los ocasionales desajustes de los músicos.
Y cuando, finalmente, les
llegó la ocasión de intervenir a los atónitos filósofos, estos quisieron explicar
cómo era que todos vivían a costa de las tantas representaciones del vacío,
pues, en su interior, nada puede dejar de contarse entre las falsas seducciones
de las semejanzas.
Los más exaltados de cuantos
escucharon a los filósofos, enseguida se echaron sobre ellos y los molieron a
palos. Más tarde, una vez sosegados por las prestas atenciones y cuidados de
los sociólogos y los psicoanalistas, que supieron desenmarañar la situación por
dentro y por fuera, y los policías redujeron a aquellos muy sedicentes, la
asamblea decidió expulsar, también, a los filósofos a un lugar remoto del
vacío, donde ya empezaba a germinar la flor de las causalidades, a que se
recuperaran.
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