lunes, 14 de octubre de 2019

EL RESPETO Y LA LEY

Para el "respeto", el diccionario de la rae incluye dos entradas inquientantes, la cuarta y la sexta. En concreto, "respeto: miedo" y "respeto: manifestación de acatamiento que se hace por cortesía." Siendo la cortesía "una demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona", y el miedo "la angustia por un daño real o imaginario", ninguna de esas dos actitudes que uno puede asumir ante "lo otro" –por ejemplo, la justicia– me parecen dignas de respeto; de lo que se puede entender por respeto sin acudir a "la autoridad" de ningún diccionario, y donde la palabra "acatamiento" apenas si suena, porque entonces ya no sería una cuestión de respeto, sino de fuerza. Tanto la fuerza que se tiene para hacer cumplir la ley, como su contraria, la fuerza que se emplea para incumplirla con éxito.
Del miedo poco se puede decir. Sencillamente, porque se tiene miedo de hablar. En contra, claro. Hablar en contra de la ley; es decir, hablar sin miedo de la ley, enseguida te convierte en un sujeto sobre el cual aplicar la ley; en culpable de estar contra la ley. El que calla (por miedo) otorga, pero de ahí a mentar el respeto, es muy aventurado.
Y la cortesía, más que respetuosa la encuentro cínica. Expresión del cinismo de quienes están del lado de la ley de forma interesada; de cuantos "acatan" la ley porque la ley les favorece, aunque nunca con la "merecida" suficiencia que reclaman. Para entender esto, basta con considerar la prisa que se dan en expresar su respeto a la ley, pero, enseguida, sin ni siquiera esperar a que la ley se cumpla en todo su recorrido, manifestar la conveniencia de nuevas leyes, más amplias y más duras, que vengan a compensar la progresiva pérdida del miedo demostrada por quienes imcumplieron la ley vigente, correcta en su espíritu –el espíritu de la represión– pero ineficaz en su letra.
En resumen, lo único en común que tienen esas dos actitudes formales de "respetar" la ley, el miedo y la cortesía, es la obligación de acatar la ley. Y en esto, dicho con el mayor de los miedos y la menor de las cortesías, no quiero estar de acuerdo. Es un problema de moral personal que reclama con urgencia el "respeto mutuo".

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