El “Estado de
las cosas” es lo que vemos, pero no es la cosa misma. Jamás lo fue, ahí estuvieron siempre
las religiones y las ideologías para impedirlo. Incluso la fórmula “El estado
de las cosas” en sí, lo niega; rechaza que las cosas puedan observarse en su
mismidad, pues el Tiempo no deja de actuar sobre ellas. A veces con la noble
intención de conservarlas, pero para entonces ya son ruinas y eso nos altera su
percepción. La “añoranza del futuro” acaso no sea sino el vano deseo, la fútil
aspiración de devolver las cosas a su estado originario. Sacudirles el polvo,
repararlas, intervenir en ellas, sobre ellas de manera de alterar su estar, sí,
mas salvaguardando su ser. De este modo es como el presente se nos ofrece en
tanto el momento de la intervención en los poderes de Cronos al objeto de
devolvérnoslo favorable y así encontrarnos con las cosas tales como sólo cabe
imaginarlas.
Algo que tiene
exclusivo lugar en la ficción, hasta ocuparla por entero. De concederle una
mínima credibilidad a la historia de Blancanieves, hemos de convenir que ésta
acaba cuando la maligna bruja se despeña y muere acosada por los desolados
enanitos y los animalillos del bosque. El hecho posterior del reencuentro con
el Príncipe que al besarla la despierta, ocurre nada más –y debe añadirse nada
menos– en el sueño eterno de la Bella.
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