fotografía de Concha Hernández |
Maestro, me he
cogido un nirvana de cuidado.
Y el Maestro le
correspondió ofreciéndole una aspirina.
Nada más
bajarle la fiebre y recuperarse, se
apresuró a mostrarle su agradecimiento con efusión.
Entonces el
Maestro, entusiasmado, le rompió una pierna.
¡Cómo duele!
–se quejó el muchacho y el Maestro volvió a lo de la aspirina.
Al poco de
estar él curado, aunque debía andar algo renco, fue el Maestro quien se puso a
morir a causa de un cólico irredento.
Con muy buena
intención, el muchacho hizo cuanto estaba en su mano por atenderlo. Hurgó con
celo en la mochila donde el Maestro guardaba las aspirinas y habiéndolas
encontrado, disolvió un par de ellas en un vaso de agua azucarada, que enseguida
le dio a beber.
Pero el Maestro
se lo rechazó con gesto grave. Mucho más sabio que su discípulo, pese al tiempo
que llevaban juntos compartiendo experiencias, conocía que la cafeína de la
aspirina [plus 500 mg, como era la suya] aumenta, en ocasiones, la efectividad sincrónica
de la diarrea.
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