miércoles, 8 de agosto de 2018

EL RIGOR DE LAS 'IDOLOGÍAS'. Fragmentos de un discurso borgiano


En aquella tierra el arte del retrato alcanzó tal magnitud, que, con el tiempo, el dibujo de un cabello lo cubría todo de un extremo a otro.

Entonces, los hombres dejaron de contar en el relato de los hombres y desaparecieron como por embrujo.

Las antiguas propiedades de los hombres, descuidadas, abandonadas a las inclemencia de las estaciones, desaparecieron igual.

Nada quedó, al cabo, de aquella civilización de los hombres que supieron elevar el arte del retrato por muy encima del arte.


Siglos más tarde unos extranjeros ocuparon el lugar de los antiguos, animados a establecerse.

No hallaron dificultades.

La tierra había vuelto a ser fértil.

El aire bondadoso.

Los días dóciles y las noches sencillas.

Nada de aquel lugar les desfavorecía.


Fue al cabo de unos años, una vez hubieron levantado las Instituciones en las partes más altas del terreno, cuando empezaron a escucharse unas raras voces que venían de ninguna parte. A veces eran lamentos; a veces cánticos que los poetas recién formados se aprestaron a recoger.

Más tarde, comenzaron a mostrarse unas apariencias obtusas a los cuales los artistas dedicaron su entusiasmo dándoles formas más precisas con las que fueron adornando las plazas de las ciudades.

A esas voces y a esas imágenes encomendaron las Instituciones la protección de los ciudadanos promulgando leyes que, sin razón aparente, limitaban su número.

Finalmente, sólo un poema quedó como El Poema. Sólo una imagen se aceptó como la de un Dios.

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