(por Emilio García Barroso)
Dicen que el alfarero
crea el vacío a raíz de un bloque de barro, haciéndolo subir hasta la altura
considerada, inventa un vacío susceptible de ser llenado de agua, vino, aceite
o preparado para cocer esas cosas que nos despegan de la inmediatez del
instinto y del bocado animal.
Dicen que esto une a la
vez el vacío y la creación, de la nada del barro aparece el hueco de llenado,
de lo que no hubo aparece lo que antes no se había pensado.
Dicen también que los
primeros signos de escritura, antes de ser traducidos a voces, eran
representación de formas caprichosas que se iban cambiando de manos a medida
que se cambiaban los llenados del vacío, y que estos signos eran tocados por
manos que no conocían su significado, y que a su vez su significado tampoco era
conocido por aquél que los había escrito en un principio.
Así, corría de un lugar
a otro, de una orilla a otra, el sin sentido que se había convertido en cambio,
simplemente por la sustancia que venía a ocupar el vacío trocando líquidos por
trozos de metal, también sin sentido, pero más escaso y menos útil.
También se descubrió que
en el vacío sonaban mejor las voces, y que esas voces llenaban los pechos de
misterio y de llamadas al hacer por algo invisible que suponía una fuerza
extraña de unos hombres sobre otros.
Dicen también que el
hacer del alfarero se fue haciendo metáfora y que los recipientes se volvieron
más grandes, unas veces se llenaban de vino, y otros de sangre, y también de
sacrificio, y que ese ser, que no se veía, fue cambiando el mercado por el
culto, prefería más la orden que la ceca, pero aprovechó el vacío del
recipiente para que su voz se volviera más fuerte. Y que ordenó construir
recipientes inmensos para que su orden sonara más fuerte entre los tristes.
Dicen también que hubo
un revolucionario que quiso llenar este vacío de lleno absoluto, pero que los
hombres se habían acostumbrado al vacío dominante y preferían quedarse dentro
del recipiente de órdenes que salir fuera a recoger pastos de otros signos de
uso más singular.
Su método, simple,
construir el lleno dentro del vacío, apagar el eco con ladrillos que iban
cerrando el hueco y expulsando a los hombres despistados al exterior, pero el
vacío plural y su templo podían permitirse dormir e incluso descansar, mientras
que el rebelde no conocía descanso, aun así, era imposible llenar tanto vacío
de lleno absoluto.
Maldijo mil veces a los
alfareros y miró al infinito esperando que el último líquido que llenaba la
vasija terrestre rebosara y redujera lo humano al 98% de su capacidad crítica.
(Cuentos a la luz de una
crisis)
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