O... PORQUE LAS CIRCUNSTANCIAS MANDAN

Fidel los siguió en silencio muchas calles, embozado hasta los ojos.
¡Y con qué emoción! Amparo, en las tinieblas, le parecía suya... La
luz determina las distancias. Las sombras confunden los objetos... La vista
entonces tiene algo de tacto. De resultas de esta emoción, Fidel pasó muchas
noches entregado al placer de estar a oscuras. La
granadina, págs 59-60. Pedro Antonio de Alarcón
La pareja perfecta es uno solo
haciéndose el amor. Ninguna chica
conoce el cuerpo mío cual yo mismo
y, por tanto, es más sabia mi destreza.
Qué suave recorrido placentero
por las zonas sensibles de mi físico.
Qué mano que no es mía no es ajena
sino que es tacto, roce, soplo angélico.
Qué en su justo momento el adentrarme
en la medida exacta de mis límites.
Anchura o estrechez, cuanto me plazca,
consigo en el instante apetecido.
Qué variación inmensa obtengo estando
conmigo mismo, amando incluso a aquellas
que niéganme el contacto. A todas cuantas
me venga en gana entonces disfrutarlas.
La pareja perfecta es uno a solas
haciéndose el amor. En ambos sexos.
Resulta incomprensible esa obsesión
que nos lleva al amor en compañía.
West 33rd
Street. Ciudad del hombre: Nueva York.
pág 89
J. M.
Fonollosa
Y NADIE SABE LO QUE PUEDE UN CUERPO
... he tenido a menudo la ocasión de observar el lavado de los niños,
operación que, como su propia experiencia confirmará, difícilmente se lleva a
cabo sin lloros y chillidos por parte de los pequeños. Pero, probablemente, lo
que no sabe usted -y en verdad no merece la pena prestar atención a tales
pequeñeces- es que los niños lloran cuando se les hace una cosa y dejan de
llorar cuando se les hace otras. Hablamos del lavado, naturalmente. El niño,
que no dejaba de llorar mientras se le lavaba la cara -si usted quiere saber
por qué llora el niño cuando le lavan la cara, déjese usted misma lavar esa
parte del cuerpo por una persona amada con una esponja o trapo tan grande como
para cubrirle a la vez boca, nariz y ojos-, ese niño, decía, deja de llorar no
bien se le empieza a dar pases con la
esponja por entre las piernas. Es más, el rostro del niño adquiere casi una
expresión extática y permanece bien quieto. Y la madre, que poco antes se
esforzaba con promesas y consuelos por hacerle soportable al niño el agua y el
jabón, adquiere ahora un tono mucho más suave, amable, casi diría, enamorado;
también ella cae, por así decirlo, en éxtasis, y sus movimientos son otros, más
delicados, más cariñosos.El libro del Ello, pág. 74. George
Groddeck.
(...) Pero hablaba de otra cosa: el domingo por la tarde es genial. Tú
te vas, tengo todo el catre para mí solo... "Después de la sopa de pasta,
una siesta: la felicidad, macho. A tocarse la polla, ¡la gran paja!
Ahí es donde intervenía Zarah Leander, mejor dicho, su voz. A Manglano
le parecía excitante, facilitaba su gran paja.
Apurábamos nuestra colilla de machorka dando las últimas caladas,
hasta quemarnos los labios. Le deseo buena suerte: que el sargento SS de
servicio en la torre de control fuese el aficionado a las canciones de Zarah
Leander; que su Alejandro esté
en forma. Manglano había puesto este apodo a su órgano viril. Cuando le
pregunté por qué me miró con lástima:
"Pero vamos: ¡Alejandro Magno! Manglano estaba infantilmente orgulloso del
tamaño de su instrumento. Y era importante que éste estuviera en forma. Los
periódos recurrentes de debilidad de alejandro le ocasionaban en los últimos
tiempos una angustia anticipada: una espera angustiada. Pero Alejandro siempre
resucitaba de la nada de la impotencia, al menos hasta aquel domingo de diciembre.
De repente el antavoz del comedor escupe un sonido ronco. E
inmediatamente después, pura, grave, emocionante, se oye la voz de Zarah
Leander.
So stelle ich mir die Liebe vor,
ich
bin nicht mehr allein...
(así me imagino el amor,
ya no estaré sóla jamás...)
-¡Adelante -le digo-, adelante, Sebastián! Ahora o nunca, es el
momento de la gran paja.
Y en efecto, se precipita hacia el dormitorio, hacia la soledad
dominical y deliciosa del catre, soltando una estruendosa carcajada.Viviré con tu nombre, moriras con el mío. pág. 151. Jorge
Semprún
Continuará
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