
Sin duda, que un libro se vaya, que abandone por propia
voluntad la comodidad de su habitáculo, es todo un acontecimiento y, como me
remarcaba mi amigo (y más sabe el amigo por viejo que por amigo), eso ya convierte
al ejemplar tránsfuga en un libro raro. Inencontrable aun cuando su búsqueda no
se va a detener sino por la casualidad (o el ensueño mayormente) de volver dar
con él, bien sea en otro anaquel inadecuado, en una librería de lance, en el
fondo de un contenedor callejero o como suele ser muy difícil, casi una
quimera, en la segura biblioteca de otro amigo, convulsivo ladrón de libros. Y
si digo que esto último carece de posibilidad real, supone una auténtica misión
de escudriñador profesional, es porque, la verdad, y como ustedes mismos lo
habrán podido comprobar en alguna ocasión, no sé qué mañas tienen esos amigos
–interesados y falsos pero de trato amable- para mantener fuera de tu vista (siendo
como es la de un halcón tratándose de libros) aquellos ejemplares que un día te
birlaron, incluso cuando los visitas de forma imprevista, sin tiempo siquiera para
ocultarlos debidamente.
Lo
mejor, entonces, es olvidarte de ellos de una vez para siempre, sin remedio. Y
dedicar todo tu tiempo y tu constancia a los otros libros raros que hay en el
mundo (reducido de tu biblioteca). Me refiere a esos que –por raros, insisto- no
has leído todavía y, en realidad, es su propia rareza la que mantienen
escondida a fin de que ni tú mismo sufras la tentación de apoderarte de uno de
ellos, cualquiera, sacándolo de la paz de la que merecidamente goza. Maurice Blanchot
los singulariza llamándolos a todos por igual El libro que vendrá. Sin embargo,
es sir Ernst Hans Josef Gombrich (Ideales e ídolos) quien, de manera algo
elíptica, acercándose al meollo de la cuestión cuanto más nos parezca que se
aleja, nos pone tras su pista: Todos estamos
familiarizados con quienes visitan nuestras bibliotecas y nos preguntan, estupefactos,
si hemos leído todos esos libros, y nos vemos obligados a confesar que compramos
algunos de ellos, no para leerlos, sino para utilizarlos, y los demás con la
sincera esperanza de que llegaría el momento en que pudiéramos leerlos por fin.
Lo
curioso del caso es que ese momento no parece querer presentarse nunca, y así sigue,
mientras tanto, su rareza alimentando nuestro deseo.
Por
mucho tiempo.
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