Se pinta de frente. Se escribe
desde arriba. Se piensa estando a solas y esto hace imposible conocer la postura
adoptada por el individuo pensador en acción. Él mismo nos lo podría confirmar,
pero antes deberá haberse ganado nuestra plena confianza, y en eso de hacerse con
nuestra razón, malgasta todo su tiempo. Luego, cuando por fin parece habernos convencido,
logrado que seamos uno con él, ya resulta demasiado tarde para todos. Entonces lo vemos
tendido bocarriba, los ojos cerrados, los labios apretados, todo su cuerpo entregado
a una pasividad de ensueño. Acaso porque tal sea la postura ideal para el pensador,
y no la que nos dejara Rodin, más de acuerdo con la de un hombre que se ha
detenido y se sienta en la piedra para aliviarse el dolor de sus
zapatos recién estrenados.
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