
El marqués
de Sade, mucho me lo temo, no habría estado de acuerdo. Para el marqués de Sade
la libertad era un exceso; atreverse hasta un mucho más allá de..; entrar en el
territorio del otro, vencer su resistencia o su pasividad. Lo cual, pese a
todo, no llega a estar del todo reñido con la advertencia salomónico-sartreana
o el ruidoso principio libertario, aun cuando en su sencillez bien que parezca que lo conculca, pero no a
patadas, como sería lo suyo. La línea divisoria entre la libertad propia y la
ajena es como una frontera en tiempos de guerra entre dos países vecinos: el
objeto del litigio. Si una de las partes no se tomase la libertad de cruzar esa
línea -¡allá motivos tenga¡-, no alcanzaría a sentirse libre en verdad, como no
cabe de otra forma. Y si la otra no se le opusiera con igual o más afán
concebible en un ser libre, no andaría ejerciendo su libertad de ninguna de las
maneras.
El asunto,
como ven, es más complicado de lo que nos gustaría. Está ya en nuestro origen y
contiene la suma de todas nuestras cuitas, más tarde humanas. Y todo porque un
buen día, allá en la antigua Grecia, a Eurípides le dio por, en su
enfrentamiento con los otros comediantes de la gloriosa Atenas, que no lo
soportaban, sacarse de su tórrida sesera, la metáfora más banal de todos los
tiempos: La vida es lucha (y despiadada, profundizaría en las palabras del abuelito
un poeta catalán siglos más tarde. Pero lo peor quizá no fuera esto. Lo peor
fue que al de Salamina –de dónde si no- le dio también por introducir en sus
comedias algunas nociones de igualdad. Por ejemplo, que las mujeres son fuertes
y los esclavos, no tan ignorantes de como se los mira. Bien que fuera porque,
como dice Claudio Magris (No ha lugar a proceder), “la imitación es un proceso
fundamental en la evolución; un mono imita a otro que ha sido capaz de coger un
fruto difícil de alcanzar, repite el gesto hasta que el gesto es suyo, su
naturaleza.” Claro que, antes de Cristo,
momento en el cual el mono recibe la absolución a su ser simiesco, todavía no rendían
dividendos los derechos de autor.
(a Mario Zorrilla Rojo)
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