No
le quepa a nadie el dudar de que haya hombres –las mujeres esperan- que habiendo
partido un día en busca de sí mismos, días más tarde se encontraron
triunfadores en su empeño. Tan particular, que nada sabemos de ellos.
Como
nada sabemos de dios desde que nos dejara el mundo para nosotros mismos.
Es
lo que hace a dios ser dios y al hombre que al fin se encontró ser el hombre
ideal, el Hombre. El que en ningún momento necesiten escribir de su memoria.
Las lenguas
fueron un regalo envenenado (como los de los griegos, ¿es el caballo de Troya
una metáfora de la filosofía que nos heredaron los griegos?) de quien fuera
dios, o del que se hizoHombre, desde su mudez absoluta.
Por ello
que nadie –desde Adán a la deriva- debería ser condenado por las declaraciones
de un testigo. Porque quien habla de lo que ha visto, ya miente. O se interpreta.
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