
Como siempre desde que el mundo es el mundo contable,
es decir: luego de Gregorio XIII y su reforma (¡cuidado con las reformas!),
casi de inmediato, como entra la policía -¡Ay!- en las casas de los sospechosos,
se me presentó el lunes con todos sus agobios y me cogí una depresión de aúpa.
No habíamos ganado. Quiero decir, no habían sido mancilladas en las urnas ni la Aguirre ni doña Cristina
(subida a las barbas parcas de su correligionaria por un escaño). Una vez más,
la enésima, el lunes llegaba con su “poco de realidad” a cuestas. Con su eterna
contabilidad y desprecio de la cuentabilidad, si tal neologismo me es permitido.
Sin embargo, como quien no se conforma es porque no
quiere, y siendo, además, que yo no creo en las depresiones que no pueda corregir
un buen y prolongado abrazo con su ración de besos cada vez más próximos, como
lo diría el antipsiquieatra Rendueles, compruebo lo que ya sabía pero no le
había encontrado su relevancia eso lcondida. Leo en todos los periódicos que
con verdadera avaricia me he pertrechado en la mañana, que los populares están
contentos y dichosos con los resultados. Para el caso lo están unos y otros,
pero a mí sólo me interesa, ahora, el júbilo del PP.
Me pregunto de dónde le puede venir la satisfacción si
es lo cierto que no van a poder gobernar ni en su propia casa. Ya verán cómo,
sin recurrir al psicoanálisis, echarán las culpas a la madre que los parió, la
pobre. Pero, por suerte, ellos mismos –sobre todo ellas- me dan cumplida y
satisfactoria respuesta. Aún somos, se vanaglorian, el partido más votado de
España. Y esto, ¡claro!, da mucha felicidad, siendo, como es, la realidad
contable, aun cuando la maldita contabilidad les siga trayendo de cabeza y de
juzgado en juzgado, como a Luis de Vargas y los restantes Siete niños de Écija.
Confieso que en una primera lectura me sentí
decepcionado. Que el PP haya sido el partido más votado del uno al otro confín,
es para sentir pena de nosotros mismos. Mas,
como quien se cae del guindo de sopetón, tardé apenas si un “ratito de oro”
(Juan Ramón) en convencerme de que tal aserto podía ser reversible. De hecho, nada
me impedía darle la vuelta, como a aquellos viejos impermeables que hicieron
furor al principio de ‘los Sesenta”, y llevarlo a mi gusto (como el patio de mi
casa) particular.
Que sumen, sí, y que sigan creyendo tener más que
nadie. Verán que, desgraciadamente, pasé
lo que pase, mande quien mande a partir de ahora, seguimos sin quitarles
nada. Si acaso le ofrecemos –vale que con todo el peso de la ley- la lección que
en su día se saltaron aprender: que incluso en el capitalismo más corregido, por
moderno y liberal, no siempre el que más tiene es el que más puede. A veces, como decía el castizo, mamá se pone
encima de papá.
O lo aprende y se adaptan, o privatizan de una vez para
siempre las elecciones. Signifique esto último lo que dios nos tenga preparado.
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