¡Follas
como dios! –me dijo, y yo, que intentaba dormirme entre sus brazos, como ya
ocurre en una tierna canción de Joan Manuel Serrat, sentí, de repente, que
había sido suplantado. Pero no se lo tuve en cuenta. Ni a dios ni a ella. Mejor
así, -me conforté buenamente, como había leído que se debe hacer en una
situación semejante, en un librito de autoayuda. Y va para cien años que ella y
yo seguimos juntos, teniendo, ¡claro!, a dios por testigo.
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