(sobre los peligros de llegarte a
creer que eres lo que eres)
Para la ocasión que vamos a contar,
llamó el Rey a su Vasallo más fiel y le interrogó
-¿Hasta dónde serías capaz de alcanzar
si yo así te lo reclamara?
-Mi Señor –le respondió el Vasallo sin
dudarlo un solo instante- Ponedme, incluso, la más dura e imposible de las
pruebas, y ya conoceréis mi fervor por vos.
Entonces dispuso el Rey que, por
entretenerse el Rey un buen rato en aquella interminable mañana, un Vasallo tan
leal ocupara su trono durante el mismo.
Una vez en ello, llamó el Rey a su
Vasallo y le inquirió
-Mi buen Vasallo, ¿qué darías de ti se
fuese yo quien te lo pidiera?
-Majestad –le contestó el Vasallo en
su papel-, pedid y lo conoceréis.
Pidió el Rey que le trajeran un
afilado estilete y se lo entregaran. Y cuando el Vasallo agarraba el estilete
con su mano diestra, le ordenó:
-Mata al Rey en este instante.
Y sin más tardanza el Vasallo atravesó
el corazón del Rey que era y quedó sin vida para siempre. Pero el Rey, como el
cadáver, ¡AY!, siguió reinando los años que supo esconder el secreto.
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