
Pero, a lo que íbamos. Digo yo, que si doña Esperanza estuviera o estuviese
(no distingo cuál de las dos formas le sonará a ella más castiza) en el campo
de juego, que es terreno neutral, a la hora de que, conforme a sus temores,
catalanes y vascos piten con grande desafuero el Himno Nacional en su versión
más corta –por si luego hay prórroga y hasta penaltis y con ello se retrasa la
cena del Príncipe y su Señora, pobre, con lo delgadita que está, si parece ella
misma un silbido de los que darán los aficionados-, habría gozado doña
Esperanza de realizar unas proeza digna, incluso, de don Donoso Cortés. La de
levantarse de su asiento principal y ausentarse en ‘persona’ (?) de tan
separatista evento.
Creo que, por una vez, doña Esperanza, tan graciosa, no lo ha calculado bien,
pues luego de una acción semejante, de tan alto valor y arrojo, equiparable a
las gestas del Alcázar de Toledo y el Santuario de Santa María de la Cabeza
(algo de memoria histórica hay que guardar), sería recordada, por los siglos de
los siglos, como doña Esperanza Cutre, patrona in pectore de la recia España
(pronúnciese España a lo Carlos Sobera), virgen vencedora –no importa cuánto
haya gastado en ello- del dragón independentista que de cuando en cuando –cuando
no juegan la final de la copa el Real Madrid y el Castilla de blancas banderas-,
pretenden tomar Madrid, como los indignados que tanto la agobian asentándose en
la explanada de la Puerta del Sol, donde ahora tiene su casa en propiedad y,
mire usted qué curiosidad, antes nos llevaban a muchos a la fuerza y nos
dejaban acampar en sus sótanos al menos durante tres días y si la cosa iba de
buenas. Porque ya lo cantaba José Meneses: Reloj
de Gobernación que por fuera da la hora / y por dentro la extramaunción.
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