
Salvo
artificio técnico –y los hay- es cierto que la ceguera no facilita la lectura. Pero
sí la quietud. Nadie sino los ciegos se detiene cuando algo los asusta, los
sorprende, los conmueve. Los videntes (término exagerado para el caso), por el
contrario, si algo así les sucede, enseguida echan a correr, escapan del lugar,
huyen de allí despavoridos hacia cualquier parte. Podrá decirse de ellos, en consecuencia,
que no leyeron bien la situación.
Para
leer con bien, para imbuirse de la lectura y entender su mensaje ha, en efecto,
que quedarse quieto. Como los ciegos. Quietos en un punto determinado del
espacio y del tiempo. Un punto sin paisaje en el cual ya sólo cabe hurgar hacía
adentro. Escudriñar en la oscuridad.
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