martes, 16 de abril de 2013

COMPARAR ES MUY FEO



Más vale tarde… y nunca digas nunca jamás. Los chicos y las chicas del PPhan descubierto muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, lo que significa sentirse acosados y lo han denunciado, voz en grito, como el peor de todos los males: el nazismo, ideología a la cual muchos de ellos , no hará tantos años de esto como de lo otro, se sentían emocionalmente cercanos. Pero cuando las barbas de tu vecino, etc…

Los escrachistas son nazis, diceN. Patrulleros castristas, añaden para no ofenden a ningún extremo. Sin embargo, ponen gran cuidado en no mentar a las partidas falangistas, al batallón vasco-español, a los GAL, por si un acaso, a más de elementos de una forzada comparanza, los escrachistas se quedan en continuadores de unas larga tradición inquisitorial que fundaron los católicos reyes de la España imperial de la que tanto se ha valido el Poder para perpeturarse.

Decimos una comparanza forzada por cuanto las semejanzas se terminan antes de empezar siquiera. Hay una diferencia esencial, un división radical entre escrachistas y nazis, falangistas o poceros policiales. Y es que estos actúan una vez en el Poder y con su total connivencia, entretanto las actuaciones de aquellos va precisamente en contra de ese omnipresencia con la cual el Poder se quiere dotar a fin de mantener el control absoluto en su finalidad de la eliminación física de cualquier disidencia. Y por lo que a resultados se refiere, los escrachistas, sin poder real alguno, no pasan de señalar las responsabilidades de quienes son en verdad responsables. Ya sea el político que aplaude una ley a todas luces inhumana, ya el banquero que la aprovecha, ya el mamporrero que la ejecuta son ningún dolor de su corazón. Obligando con ello a que el sistema vaya contra aquellos con nombres y apellidos que lo pervierten. El descomunal distingo entre escrachistas y nazis está en que unos se sienten meros mediadores, acaso en el extremo de lo democrático (pero un extremo a la par condición sin la cual no) de un sistema precisado de continuas ‘enmiends’, y los otros, los totalitarios, se tienen ya en la Gloria inalcanzable del Reich de los mil años.

Concedamos, no obstante, que el escrache no es nada elegante. Carece de urbanidad. Es algo más propio de una reunión de vecinos que de gente formada en las virtudes de la connivencia. Picaresca y no prosa noble. Bien esté reconocerlo. Pero ello nos obliga a cambiar el tenor de la metáfora. De modo que los escrachistas ya no serían nazis, sino el cobrador del frac, Ruíz Mateos disfrazado de Superman acosando a Miguel Boyer, las sitiadores de una clínica abortista, los curas y las monhas que signaban a los alumnos de caridad con uniformes de rebaja, los piropeadores, los que silbaban un pasodoble cuando entraba en el bar el cornudo del barrio, los que escriben Loli es una puta en los publivías (Vázquez Montalbán). En fin, cualquiera alguna vez en la vida cuando obligados por el ‘qué remedio me quedaba’. Una tradición menor, sin prosapia, prosodia ni retórica, es cierto, pero a la cual nadie en su sano juicio se atrevería llamar terrorista, antisistema. Si acaso, como mucho, reírle la gracia para no quedar ante la concurrencia como el imbécil que no aguanta ni una inocente broma.

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