Más vale
tarde… y nunca digas nunca jamás. Los chicos y las chicas del PPhan descubierto
muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, lo que significa sentirse acosados y lo han denunciado, voz
en grito, como el peor de todos los males: el nazismo, ideología a la cual
muchos de ellos , no hará tantos años de esto como de lo otro, se sentían
emocionalmente cercanos. Pero cuando las barbas de tu vecino, etc…
Los
escrachistas son nazis, diceN. Patrulleros castristas, añaden para no ofenden a
ningún extremo. Sin embargo, ponen gran cuidado en no mentar a las partidas
falangistas, al batallón vasco-español, a los GAL, por si un acaso, a más de
elementos de una forzada comparanza, los escrachistas se quedan en
continuadores de unas larga tradición inquisitorial que fundaron los católicos
reyes de la España imperial de la que tanto se ha valido el Poder para
perpeturarse.
Decimos una
comparanza forzada por cuanto las semejanzas se terminan antes de empezar
siquiera. Hay una diferencia esencial, un división radical entre escrachistas y
nazis, falangistas o poceros policiales. Y es que estos actúan una vez en el
Poder y con su total connivencia, entretanto las actuaciones de aquellos va
precisamente en contra de ese omnipresencia con la cual el Poder se quiere
dotar a fin de mantener el control absoluto en su finalidad de la eliminación
física de cualquier disidencia. Y por lo que a resultados se refiere, los
escrachistas, sin poder real alguno, no pasan de señalar las responsabilidades
de quienes son en verdad responsables. Ya sea el político que aplaude una ley a
todas luces inhumana, ya el banquero que la aprovecha, ya el mamporrero que la
ejecuta son ningún dolor de su corazón. Obligando con ello a que el sistema
vaya contra aquellos con nombres y apellidos que lo pervierten. El descomunal
distingo entre escrachistas y nazis está en que unos se sienten meros
mediadores, acaso en el extremo de lo democrático (pero un extremo a la par
condición sin la cual no) de un sistema precisado de continuas ‘enmiends’, y
los otros, los totalitarios, se tienen ya en la Gloria inalcanzable del Reich
de los mil años.
Concedamos, no
obstante, que el escrache no es nada elegante. Carece de urbanidad. Es algo más
propio de una reunión de vecinos que de gente formada en las virtudes de la
connivencia. Picaresca y no prosa noble. Bien esté reconocerlo. Pero ello nos
obliga a cambiar el tenor de la metáfora. De modo que los escrachistas ya no
serían nazis, sino el cobrador del frac, Ruíz Mateos disfrazado de Superman
acosando a Miguel Boyer, las sitiadores de una clínica abortista, los curas y las
monhas que signaban a los alumnos de caridad con uniformes de rebaja, los
piropeadores, los que silbaban un pasodoble cuando entraba en el bar el cornudo
del barrio, los que escriben Loli es una puta en los publivías (Vázquez
Montalbán). En fin, cualquiera alguna vez en la vida cuando obligados por el
‘qué remedio me quedaba’. Una tradición menor, sin prosapia, prosodia ni
retórica, es cierto, pero a la cual nadie en su sano juicio se atrevería llamar
terrorista, antisistema. Si acaso, como mucho, reírle la gracia para no quedar
ante la concurrencia como el imbécil que no aguanta ni una inocente broma.
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