miércoles, 11 de agosto de 2021

GRIETAS


Pero yo vivo solamente en los intersticios
(Peter Handker) En las grietas, nos dice con más cercanía Francisco Javier Gallego Dueñas. Los intersticios parecen cosa de arquitectos bien pagados. Las grietas, en cambio, pertenecen a los que levantan su casa en las orillas. Y los poetas se cuentan entre estos últimos: Somos grieta, titula Javier Gallego su poemario.

 

Pero los poetas quizá no sean la grieta que somos todos de una forma o de otra. Los poetas, en realidad, son como esos bichillos que, en las noches, habitan las cocinas de las casas viejas (y las casas que todavía no han envejecido, no son casas todavía) y corren a refugiarse entre las grietas que se abran entre las losetas del suelo, entre los intersticios de los muebles mal ajustados, cuando alguien de la casa sorpresivamente da la luz y se recupera la normalidad. Así que, a los poetas, al igual que a los escurridizos bichillos de la noche, más que verlos, se los intuye, como al dolor [que] se agazapa ensordecido en las salas de espera, porque extrañan un mundo / que continúa existiendo / cuando los ojos se cierran.

 

Mas, dejemos a un lado las condiciones en las que los poetas escriben sus poemas. Nunca serán las óptimas. Siempre habrá un poso de resentimiento; un algo de enemistad hacia ese mundo de luces encendidas y brillos falsos. Quizá no resulte demasiado riesgoso atribuirle a los poetas un afán de inexistencia; un irreprimible deseo de no ser o, al menos, de no figurar entre los que si son o eso se creen. De ahí que soporten bien su existencia clandestina, su vivir al margen, en las afueras. Sin embargo, les acaba venciendo –por no decir corrompiendo– la nostalgia y, sin acabar de mostrarse, nos dejan, como prueba de su existencia, los poemas que escriben, así los restos de un naufragio voluntario.

 

Permanecer donde las olas no lleguen,

donde no alcance el trueno,

donde las sombras se pierdan,

donde se ocultan las termitas,

lejos de la luz de la luna y las farolas.

 

No sé por qué tengo la sensación de que Javier Gallego es consciente de esta desconcertante situación a la que le ha llevado su feliz ocurrencia de hacerse poeta, o bichillo impertinente, pues viene a dar lo mismo. Casi nos lo está diciendo cuando clama contra el sujeto (Olvidad al sujeto empobrecido, /olvidad al sujeto empoderado, / masacrad al sujeto consciente) porque, en su confianza, ya está el verse en veloz carrera hacía la grieta donde se cobija. Pero cumple. Cumple con esa otra parte que le corresponde y no le permite marcharse del todo, dejándonos por delante sus palabras, que, como en todo poema que se precie, son las pistas en el mapa del tesoro. A sabiendas de que hay que seguir porque no estamos solos en la obra. Gracias.