lunes, 27 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XX)

La vio cuando ya estaba en el borde de la piscina. Vestía una bata fresca y floreada, y llevaba el pelo suelto, caído sobre los hombros. Descubrió que el pelo de la mujer parecía más claro de lo que él recordaba y disfrutó otra vez la belleza perfecta de su cara. Ella dijo algo y él no pudo escuchar o no entendió, quizás por el ruido que hacían sus propios brazos en el agua. Los movía para no hundirse, y los sentía pesados y casi ajenos. Entonces ella se quitó la bata. Debajo no llevaba traje de baño, sino un ajustador y un blumer, negros, cubiertos de encajes reveladores. La copa del ajustador era provocativa, y él pudo ver, a través del encaje, la aureola rosada del pezón. La erección que sobrevino fue inmediata, inesperada: ya nunca le ocurría de ese modo repentino y vertical, y disfrutó la sensación de rotunda potencia. Ella lo miraba y movía sus labios, pero él seguía sin escucharla. Ahora no le pesaban los brazos y sólo le importaba ver los actos de la mujer y gozar la turgencia de su pene, que apuntaba a su blanco, como un pez espada cargado de malas intenciones: porque estaba desnudo, en el agua. Ella se llevó las manos a la espalda y con admirable habilidad femenina, desenganchó las tiras del sostén y dejó al descubierto sus senos: eran redondos y llenos, coronados con unos pezones de un rosa profundo. Su pene, alborozado, le advirtió a gritos de la prisa que lo desvelaba, y aunque él trató, no pudo llamarla: algo se lo impedía. Logró, sin embargo, apartar la vista de los senos y fijarse en cómo, a través del tejido negro y leve del brumer, se entreveía una oscuridad más alarmante. Ella ya tenía las manos en las caderas, sus dedos comenzaban a correr hacia abajo la fina tela, los vellos púbicos de la mujer se asomaron, negrísimo y rutilantes, como la cresta de un torbellino que nacía en el ombligo y explotaba entre las piernas, y él no pudo ver más: a pesar de su esfuerzo por contenerse, sintió que se derramaba, a chorros, y percibió el calor de su semen y su olor de un falso dulzón.

-Ay, coño -dijo al fin, y una inesperada conciencia le previno de que todos sus esfuerzos resultarían baldíos, y dejóm brotar, soberanamente, los restos de su incontinencia.  Al fin abrió los ojos y miró al techo donde giraba el ventilador: pero en su retina conservaba la desnudez de Ava Gardner en el instante de mostrar la avanzada de su monte de Venus. Con pereza bajó la mano para palpar los resultados de aquel viaje a los cielos del deseo: sus dedos encontraron su miembro, todavía endurecido, cubierto por la lava de su erupción, y para completar la satisfacción física que lo embargaba, puso a correr su mano, cubierta del néctar de la vida, sobre la piel tirante del pene, que se arqueó, agradecido como un  perro sato, y lanzó al aire un par de disparos más.

-Ay, coño -volvió a decir. El Conde sonrió, relajado. Aquel sueño había sido tan satisfactorio y veraz como un acto de amor bien consumado y no había nada de qué lamentarse, salvo la brevedad. Porque le hubiera gustado prolongar un par de minutos más aquella orgía y conocer cómo era templarse a Ava Gardner, de pie, contra el borde de una piscina y oírle susurrar a su oído: "Sigue, Papa, sigue", mientras sus manos la aferraban por las nalgas y uno de sus dedos, el más aguerrido y audaz, penetraba por la puerta trasera de aquel castillo encantado.

Adiós, Hemingway, págs 99 y siguientes
Leonardo Padura

domingo, 26 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XIX)


(...) Pero hablaba de otra cosa: el domingo por la tarde es genial. Tú te vas, tengo todo el catre para mí solo... "Después de la sopa de pasta, una siesta: la felicidad, macho. A tocarse la polla, ¡la gran paja!
 Ahí es donde intervenía Zarah Leander, mejor dicho, su voz. A Manglano le parecía excitante, facilitaba su gran paja.
Apurábamos nuestra colilla de machorka dando las últimas caladas, hasta quemarnos los labios. Le deseo buena suerte: que el sargento SS de servicio en la torre de control fuese el aficionado a las canciones de Zarah Leander; que su Alejandro esté en forma. Manglano había puesto este apodo a su órgano viril. Cuando le pregunté por qué me miró con  lástima: "Pero vamos: ¡Alejandro Magno! Manglano estaba infantilmente orgulloso del tamaño de su instrumento. Y era importante que éste estuviera en forma. Los periódos recurrentes de debilidad de alejandro le ocasionaban en los últimos tiempos una angustia anticipada: una espera angustiada. Pero Alejandro siempre resucitaba de la nada de la impotencia, al menos hasta aquel domingo de diciembre.
 De repente el altavoz del comedor escupe un sonido ronco. E inmediatamente después, pura, grave, emocionante, se oye la voz de Zarah Leander.
So stelle ich mir die Liebe vor,
ich bin nicht mehr allein...
(así me imagino el amor,
ya no estaré sola jamás...)
 -¡Adelante -le digo-, adelante, Sebastián! Ahora o nunca, es el momento de la gran paja.
Y en efecto, se precipita hacia el dormitorio, hacia la soledad dominical y deliciosa del catre, soltando una estruendosa carcajada.

Viviré con tu nombre, morirás con el mío. págs. 151, 152, 153
Jorge Semprún

sábado, 25 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XVIII)


.-Búscate novia, Biscúter o ve de putas. O hazte una paja de vez en cuando y recuperarás la moral.

.-Novia, qué dice usted, pues no me propone nada. Y las putas me dan risa. Cuando me dicen: Anda, calvito, tráeme la minina que te la voy a lavar, me entra una risa. Y pajas, qué me dice. Es que no paro. Con una mano, con la otra. Incluso aplico el sistema de la mano dormida. Me tumbo en la cama sobre una de mis manos hasta que se me corta la circulación de la sangre y me queda morcillona. Entonces no parece mi mano, sino otra cosa, y me hago la paja.

.-¿Has probado con un bistec de carne para empanar?

.-No.

.-No te lo pierdas.

La soledad del mánager, pág 49.
Manuel Vázquez Montalbán.

viernes, 24 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XVII)


... un día que fue a confesarse de haber respondido con desaire a su madre, la sorprendió al preguntarle si había hecho cosas malas tocándose sus partes; se puso que un color se le iba y otro se le venía, perdió el control de la voz y acertó a balbucir con palabras zazosas que se acariciaba por las noches y que le daba bastante gusto; en aquel tiempo don Ramón Martínez ya se hacía dos pajas diarias, y le advirtió a la muchacha con severidad que el placer carnal era efímero y conducía a la debilidad del cuerpo y del espíritu; era ésta una frase rutinaria, aprendida en el seminario, de la que el cura empezaba a dudar, pues qué debilidad ni qué ocho cuartos, si el mismo había notado que el cencerro le estaba creciendo a fuerza de meneos, hasta tal punto que ya calzaba dos números más que cuando le ordenaron sacerdote;...
(...)
Lo frotó despacio, con delectación, concentrándose en la descarga de placer que le enviaba como un flujo continuo, y se relajó de tal manera que el sueño empezó a invadirla en el borde de la cama; a los dos minutos sintió una sacudida que la sacó del sopor, y estuvo a punto de caerse al suelo del gusto que le dio; pero se repuso inmediatamente para comprobar la magnitud del pecado que había cometido; acababa de encontrar el motor de la vida, y sin embargo se sintió tan culpable que comenzó a insultarse con las peores palabras que conocía; Teresa Bustamante no tardó en conocer el desliz cuando su amiga le contó con pelos y sañales cómo había sucedido, y para no ser menos, esa misma noche decidió probar ella también; en un principio el cura se asombró ante la aparente precisión con que las dos amigas sucumbieron a los placeres de la carne, pero no tardó en comprender que la amistad había sido el hilo conductor, y al acostarse tuvo que meneársela tres veces seguidas para poder conciliar un sueño reposado; los sentimientos de culpa fueron cediendo terreno poco a poco, y el cura consiguió hacerse a la idea de que iba a vivir en pecado por el resto de sus días; le preocupaba la situación, pero no veía otra salida, puesto que el padre Torcuato ya no estaba a su lado para absorberlo, y no se sentía capaz de resistir a la tentación cuando la presencia de su sobrina le invadía los sentidos por la noche; siendo un hombre de libros, no le pasó desapercibido el que su nuevo estado de impureza le proporcionaba una nueva capacidad de comprensión hacia los pecadores, además de prestarle una elocuencia en los sermones que nunca hubiera sospechado, como si la fuente creadora de la que sacaba la inspiración se encontrase en el pecado mortal;...

La parábola de Carmen la reina, págs 90-92
Manuel Talens

jueves, 23 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XVI)


Mota Marín me decía que había que tirar para atrás despacio pero con fuerza, sin importar que doliera. Pero a mí, más que dolor me daba angustia, la sensación de que la piel o algo por dentro se me iba a rajar y me iba a salir sangre. Me sentaba en el retrete y probaba. Despacio, me acordaba de Mota Marín y pensaba que yo tenía algún defecto, que la piel no podía ponerse tan tirante, que se me iba a romper. Era un dolor muy fino, casi no era dolor. El Sebas también decía que así no se podía follar, que el pellejo tenía que correrse para atrás, llegar hasta el final. Al apartar el pellejo me asomaba aquella boca en miniatura, aquellos labios, como si fuese el principio de una cara cubierta con una capucha. Los labios de mujer, allí dentro. Me habían salido dos pelos muy largos y yo los miraba, descansando de la angustia. No sabía por dónde me tenían que seguir saliendo pelos. Tiraba otra vez, la última, con un poco más de fuerza, y luego me quedaba acariciándome la piel, aquellas venas que me estaban saliendo, despacio, verdes, hilos morados, despacio, el crucifijo y la respiración, los labios, la voz de Luisa, la piel bajándole por el cuello, el peso caliente de la carne en mi mano, derramada despacio, la boca, yo pegándome a la lana áspera de su chaqueta, oliendo su olor, empezando a restregarme contra ella, mi mano en la blusa blanca, apretando, suave, rozando por encima de la tela, la raya verde de pintura en sus ojos, ella dormida, tumbada en la cama, de mi hermano y yo desabrochándole la camisa, los botones blancos, los labios con la crema rosa, los boquetes de la nariz, acercándome a su boca, respirando su respiración, la tela transparente del sostén, caliente, yo chupando la tela, chupándola, el encaje entre los dientes, los hilos, el sabor, y mi mano moviéndose, rápido, rápido, y el cuarto de baño achicándose, estrecho, rápido, cayendo por un túnel, la voz de la tía Manolica, el niño, los pechos, sangre, la gruta, los dientes de Luisa, riéndose, mirando a mi hermano, los dedos de Eva en la carpeta, el relámpago de su cara, el asco, el desprecio, respirando, despreciándome a mí mismo, el odio a Luisa, su voz, respirando, viéndolo todo, las toallas, la bañera, como si despertara de un sueño, el espejo, los tarros de colonia, con miedo de haberme quejado en voz alta, oyendo los ruidos de la casa, los pasos de mi madre, una voz que preguntaba por mí.

El espiritista melancólico, págs. 31 y 32
Antonio Soler

miércoles, 22 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XV)


Paquito, amurrado, quedó silencioso, consumiendo copa tras copa de champán, inquieto porque aunque hacía cinco minutos que había comenzado el último acto, aún no ocupaban sus lugares en el palco. Cuando por fin volvieron a sus sitios, Blanca hizo un tubo con el programa. Lo irguió, acariciándolo tiernamente, repetidamente con la otra mano, de arriba para abajo y de abajo para arriba. La mano izquierda de Paquito, ansiosa de no perder el precioso tiempo que le quedaba antes de finalizar el espectáculo, ya hurgaba entre los muslos áridamente separados de Blanca, en ese capullo viscoso cuyo pistilo se proponía enloquecer. Comprendiendo la sugerencia del programa enhiesto, con la mano libre se buscó a sí mismo, soñando que la caricia que Blanca le prodigaba al programa se la estaba prodigando a él, para sí alcanzar un éxtasis de amor paralelo al de Elsa y Lohergrin a orillas del río de Brabante. Ahora. Ahora mismo. Era cuestión de prolongar el dúo apasionado unos minutos más porque aún no llegaba el cisne...
Cuando el tenor comenzó "in fornen land..", Paquito y Blanca, tensos, cerca del éxtasis, agitados, permanecían sin embargo casi inmóviles. Ella mantenía el sonriente rostro fijo, resplandeciente con las luces del drama escénico, pero en secreto rotaba las caderas, la dulce parte de abajo de su cuerpo sumida en la oscuridad y adherida a la seda del vestido y del asiento, conservando, sin embargo, el torso perfectamente quieto. Desde el fondo del palco el conde de Almanza contemplaba con indecible arrobo tan furtiva como eficaz calistenia. No había perdido ni un gesto, ni un movimiento, ni un segundo del tierno devaneo de esos dos palomos, recordando, no sin una medida de nostalgia, algo no muy diferente -tomando en cuenta las dificultades presentadas por la indumentaria femenina de hacía quince años- que sucedió en ese mismo palco con Casilda, en presencia del cegatón de su marido: daban, hizo memoria, "La judía", de Haléry. Embelesado, rejuvenecido por el ritmo sutil pero enloquecedor de los jóvenes, que se iba haciendo más y más frenético a medida que las sudorosas exigencias de amor crecían en escena, el conde se unió a la exquisita Blanca, a Paquito, a la música que los transportaba en su sensualidad declamatoria, que él iba siguiendo y compartiendo.

En el momento en que el tenor revela ser hijo de Parsifal y concluye la romanza con un tutti de la orquesta, Blanca, Paquito y Almanza se estremecieron al unísono.

La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria, pág 25..
José Donoso.

martes, 21 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XIV)

En la otra mesa Richard Dickey se levanto para bendecir los alimentos. Carl Bonner cerró los ojos, agachó la cabeza y sintió que la mano de Leslie se posaba en su pierna justo en el momento en que Richard Dickey decía:
 -Oh, Señor...
 Fue un roce ligero al principio, sólo el peso de los dedos. Hizo un esfuerzo por escuchar las palabras de Dickey:
 -...nuestros amigos, nuestros hijos, nuestros buenos vecinos...
 Leslie encontró la punta del pene a través de la ropa, Carl se retorció levemente en la silla, tratando de librarse de su contacto, pero ella no le soltó. Entonces notó que la mano cambiaba de lugar. La voz de Richar Dickey ahogó el ruido de la cremallera.
 -...y que nos tengas siempre en Tus pensamientos, oh, Señor, y nos proteja el año que va a empezar....
Richard Dickey dijo:
 -En el nombre de Jesús, amén.
 Y en ese momento Leslie la sacó. Carl bajó la vista y vio que los músculos de su esposa se movían bajo la piel, justo en el lugar donde el antebrazo desaparecía debajo del mantel.
Al otro lado de la mesa Lucy Seagraves bebió unos sorbos de su copa y luego habló a Leslie.
 -¿Cómo te las arreglas para distraerte, querida? ¿Juegas a las cartas?
 -Procuro estar siempre ocupada. parece que el día no tenga suficientes horas.
 Ahora sujetaba el glande entre los dedos, tirando hacia abajo para sujetar los bordes de la abertura, luego apretando para juntarlos de nuevo. Carl notó que empezaba a latir y le temblaba una pierna. Leslie le pellizcó la punta, cortando el movimiento. El trató de recordar la última vez que habían estado juntos y no pudo. De pronto su respiración se hizo más dificultosa y el sudor le bañó la frente. Este Singletary le estaba mirando de una forma curiosa.
 Leslie alargó la mano libre, sacó la botella de champán del recipiente de plata y le llenó la copa, y luego hizo lo mismo con la suya. Le puso la copa en la mano y dijo:
 -Por el nuevo año.
 Lucy Seagraves sonrió a la joven pareja del otro lado de la mesa al ver que brindaban por el año que nacía. Bebieron unos sorbos de champán y luego Leslie besó la mejilla de Carl, deteniéndose en ella sólo un momento, quizá lo suficiente para susurrarle unas pocas palabras.
 Lucy Seagraves vio lo mucho que se querían y lamentó los chismes que había contribuido a propagar sobre Mrs Bonner.
 Los romances la atraían, le recordaban cómo era ella en otro tiempo. No sabía si ella y Harry algunas vez habían estado enamorados como sus vecinos de mesa -no recordaba haber visto jamás a Harry temblar de forma tan violenta sólo por el roce de sus labios en la mejilla....

Paris Trout, pág. 265
Peter Dexter.

lunes, 20 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN ( Antología XIII)


Todo sale sobre ruedas. Están sentados juntos en la oscuridad del cine, embargados por el amor que han atesorado tanto tiempo, deseosos de besarse y de tocarse y de estrecharse, pero temerosos de que se dé cuenta la hermana de Lee-Marie, Patricia, sentada al lado con su hermano pequeño. Piensan que se dará cuenta del extravío de las manos y de los hondos suspiros incontrolables y de su fingida concentración en la pantalla que están mirando fijamente sin verla. La mano de Charles, cariñosa y con sumo cuidado, se escurre dentro de su manga para tocar sus pequeños pechos desnudos. Unos dedos tímidos acarician la aureola de sus pezones, que se hinchan, endurecen y palpitan. Su mano resbala hacia abajo y tira de la blusa, que finalmente se libera de la falda. Ella se cubre el regazo y el estómago desnudo con el abrigo cuando le retira la enagua. Él introduce los dedos bajo el borde elástico de sus bragas y empuja suplicante. La piel de ella se tensa, se muerde los labios; con el pie, enfundado en la media, le acaricia la pierna. Separa los muslos. Unos dolores deliciosos recorren y estremecen su cuerpo. Él acaricia con los dedos la pelusa suave y delicada que le crece desde el ombligo hasta el pubis húmedo y caliente donde unos cuantos pelos largos se enlazan y enredan entre sus dedos, y perlas de sudor cálido se con condensan en su mano. ¡Esta niña, esta mujer, esta esposa! Él le sujeta la muñeca, que se desliza en su bragueta desabrochada, y cubre con la chaqueta la mano inocente que lo acaricia. al final, unidos en un único pensamiento, sin apenas un movimiento, ambos llegan al orgasmo y se vuelven para mirarse a los ojos, dejando caer despacio las cabezas cuando les llega la distención gradual. Sus dedos húmedos se desenlazan. Se levantan. Lee-Marie se inclina hacia su hermana.



-Quédate aquí. Ahora vuelvo -le susurra.

Menos que un perro, pág. 54
Charles Mingus

domingo, 19 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología XII)


(...) Y entonces, mientras que en Praga los escuadrones de ejecución ejecutaban, igual que en Brno y en otros lugares con tribunales que tenían derecho de ejecución, yo estaba desnudo delante del médico, que, con una varita, me levantó el pene, tuve que darme la vuelta y con una varita me exploró el ano, luego sopesó mis testículos y, en voz alta, dictaminó cuanto vio y juzgo y, al tacto, exploró, y luego me pidió que me masturbara un poco y le trajera una muestra de semen con la finalidad de analizarlo científicamente, pues, según dijo aquel médico en una horrible alemán de Egerlander, que yo no entendía, pero intuía muy bien, lo que él furiosamente decía, que si algún checo de mierda quería casarse con una alemana, entonces, por lo menos que tenga un esperma el doble de valioso que el semen del último de los criados del hotel más miserable de la ciudad de Cheb, y añadió que si cualquier alemana me plantara un lapo entre los ojos, sería para ella tanta deshonra como honor para mí... y yo de pronto vi, a esa distancia, las noticias de los periódicos, como el mismo día, mientras los alemanes fusilan a los checos, yo juego aquí con el pene para ser digno de poder casarme con una alemana. Y de pronto se apoderó de mí el horror, que allí hay ejecuciones y yo estoy aquí, delante del médico, con el pene en la mano y no puedo alcanzar la erección y ofrecerle unas cuantas gotas de semen.  Y más tarde se abrió la puerta y allí estaba el médico con mis papeles entre los dedos, probablemente tan sólo ahora se había leído bien de quién se trataba, pues me dijo en tono amable: Herr Ditie, was ist denn los... y me golpeó en el hombro, y me dio unas fotografías y encendió la luz y yo estuve mirando los grupitos de desnudos pornográficos, ya me conocía el tema, ya otras veces, cuando las había mirado, cuando había tenido esas fotografías entre los dedos, me había puesto completamente duro, pero ahora, cuanto más miraba esas fotografías porno, más se me aparecían esos titulares y noticias de los periódicos, que daban a conocer que otros cuatro han sido juzgados y fusilados, cada día nuevas personas inocentes... y yo aquí, con el sexo en una mano, apoyando sobre la mesa fotografías pornográficas con la otra y sin alcanzar lo que me fue solicitado para ser digno de fecundar a una mujer alemana, a mi novia Liza, de modo que al final tuvo que venir una enfermera joven y ella sola, con unos cuantos movimientos, durante los que yo ya no podía ni tenía que pensar en nada, pues la mano de la joven enfermera era tan diestra que en un par de minutos se llevaba sobre una hoja dos lágrimas de mi semen, que en el lapso de media hora han sido calificadas de excelentes, las únicas capaces de fecundar de un modo digno a una vagina aria...

Yo que he servido al rey de Inglaterra, págs 159, 160, 161
Bohumil Hrabal.

sábado, 18 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología XI)


.-Joder! -exclamó el Pol palpándose instintivamente el culo- la debe tener como la de un burro. Espero que no le de por hacerse de la acera de enfrente.

.-No creo -dijo Fede entre risas-, porque se la machaca con ganas cuando sale alguna artistaza por la tele. El otro día entrevistaron en el programa... -Fede se llevó la mano a la cabeza intentando recordar- Ah, sí, en Esta noche con... entrevistaron a la Sara Montiel. Y no veas, ¡cómo está la Sarita! Ya sabes que parece una mojama. Pues, nada tu; el Nis se la empezó a menear de tal forma, que desde la cocina se le oía jadear. Me asuste y fui a la salita. La cámara enfocaba un primer plano del tetamen de la artista. Y el Nis, a dos palmos de la pantalla, dándole al manubrio, todo emocionado.

.-¿Y tu qué hiciste?

.-Meterle dos cubitos de hielo en la bragueta.

.-Eres un cabrón, Fede.

.-Lo siento, tu. Pero el especialista le ha prohibido las emociones.

.-¡Vaya putada!

.-No creas. Se traga el hielo y sigue cascándosela. Lo único que pretendo es rebajarle la tensión.

.-Es decir, le adulteras el placer.

.-Más o menos.

No me vacilen al comisario, pág 100.
Ferrant Torrent.

viernes, 17 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología X)

En una de las leyendas de la creación se describe cómo crea el dios de la creación a los demás dioses con la mano, es decir, masturbándose. En otro papiro se ofrece una versión distinta de este relato: el dios, en vez de la mano, se vale de la boca.

La creación del mundo fue instigada por el dios-sol que empezó creándose a sí mismo. Una vez completada esa primera fase, engendró a otros dioses, Sho, el aire, y Tefenet, la humedad, por medio de la masturbación.

"Shet le dijo a Horus: "¡Vamos, pasemos un buen rato juntos en mi casa!" Horus respondió: "Si, con mucho gusto, con mucho gusto." A la caída de la tarde, les prepararon la cama y se acostaron. Durante la noche, Seth endureció su miembro y lo metió por entre los muslos de Horus. Horus se llevó la mano a la entrepierna y tomó la simiente de Seth.
Se fue entonces Horus a hablar con su madre Isis. "Acércate, oh Isis, madre mía! ¡Ven y verás lo que Seth me ha hecho!" Y abrió la mano, y le mostró a su madre la simiente de Seth. Ella gritó, se armó de un cuchillo y le cercenó la mano, arrojándola al río. Mas extrajo otra mano semejante para él...

La esfinge erótica
Lise Manniche.

jueves, 16 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología IX)


(…) Fue ella quien me llevó a un sanatorio para que hablase con un psiquiatra. El tipo me preguntó si me masturbaba alguna vez, y le dije que no. No quiso creerlo. Me dijo que debería masturbarme cada día en lugar tomar drogas. Yo pensé que quizá le convendría encerrarse a sí mismo en el manicomio si era aquello lo único que el hijoputa tenía que decirme. ¿Masturbarme para romper la adicción? Mierda el pobre debía de estar loco.

Miles. La autobiografía, pág. 211
Miles Davis. Quincy Troupe

miércoles, 15 de enero de 2020

UNA LECCIÓN DE ÉTICA



Imre Kertèsz, judío húngaro sobreviviente al Campo de Auschwitz y Premio Nobel de Literatura, en uno de los artículos que conforman su libro Un instante de silencio en el paredón (Editorial Herder, 2002) confesaba su extrañeza ante la firme renuencia de ‘los negacionistas del holocausto’ a admitir la existencia del mismo, proclamando, a continuación, que, muy al contrario, deberían mejor sentirse orgullosos de reconocerlo, dado que la matanza de judíos fue lo único que los nazis supieron “culminar” de manera más o menos exitosa y la misma formaba parte consustancial de su programa.



Cabría pensar muchas cosas al respecto, por ejemplo, pero más por ser uno misericordioso con todos que por comulgar con esa macabra interpretación (en la cual deberíamos incluir que la ”solución final de la cuestión judía –Endlösung der Judenfrage– está todavía pendiente en el pensamiento neo-nazi), que a los negacionistas les queda un ‘algo’ de conciencia o de humana vergüenza a la hora de poder ‘justificar’ uno de los crímenes más horrendos de la Humanidad.



Esa misma poca conciencia o ese mínimo gesto de vergüenza que, trasladándonos de contexto, no han dudado en arrojar por la borda los entrenadores del Real Madrid, Zinedine Zidane, y del Atlético de Madrid, Diego Simeone, a la hora de enjuiciar la acción de un jugador madridista (Valverde) en la jugada que presumiblemente podía suponer la derrota de su equipo en la Supercopa de España [que esta vez tuvo descarados tintes colonialistas]. “Hizo lo que tenía que hacer”, comentaron ambos al final del encuentro y luego de, como pudo verse en la retransmisión televisiva, felicitar al ‘culpable’ a su salida del campo como al ‘héroe del partido’. Poco importa que se trate de un juego y que recurrir al ‘no juego’ en el transcurso del mismo suponga su más absoluta negación, resultando motivo suficiente para darlo por finalizado en ese preciso momento. Pero, claro, la cuestión verdadera está en que el fútbol, tal y como hoy se juega, no es un juego, sino la representación espectacular de una contienda entre larvados enemigos irreconciliables, para la cual no cabe otra ‘solución final’ que una victoria que haga aún más visible la derrota del otro. Toda una manifestación del entendimiento fascista (diría Rafael Sánchez Ferlosio) del deporte, del juego y, lo más grave y relevante, de la misma vida, que, aun a riesgo de resultar redundante, no está que dejemos de jugarnos en alabanza y loa de la ‘idea’ a cuya abstracción nos debemos, y hasta mostrar gusto en ello.



Un gran lección de ética, sin duda, aunque también nos quepa pensar a algunos que el trofeo bien pudo quedar desierto, cuando ninguno de los participantes demostró méritos para obtenerlo, porque, claro, decir que lo justo habría sido compartirlo, no deja de ser un memez de pusilánimes fuera de juego. 

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología VIII)


...Me senté en la barra, y, de tan nervioso como estaba, me aturullé con las palabras y pedí sin darme cuenta una paja -joder, que fijación- con una horchata. La tía que estaba tras el mostrador me miró ofendida de cojones y dijo: 
.-¿Con que una paja con una horchata, eh? 
Su tono agresivo me chocó un montón. ¿A qué venía esa cara de pocos amigos? A saber. Cualquiera es el listo que entiende a las mujeres. Me dije que a lo mejor estaba con el mes y le contesté:

.-Eso es. 
.-¿Por qué no se cachondea de su padre?
(...) 
Me sonrojé hasta los tuétanos y sonreí estúpidamente al personal que me rodeaba sin saber qué hacer o qué decir.
.-¿Pasa algo? -le preguntó el encargado a la camarera.
.-Este grosero, que me está faltando.
.-Oiga, yo... 
(...)
.-¿Qué te ha dicho? -preguntó a la camarera. 
.-Me ha pedido que le haga una paja -dijo la tía haciendo pucheros.
(...) 
.-Perdone, pero yo...
.-Los tipos como usted me revientan -dijo el encargado escupiéndome las palabras.
.-Me parece que aquí hay un malenten...
el dido se me quedó dentro ya que el tío me había agarrado el pescuezo con sus manoplas y me lo retorcía con un entusiasmo que ya ya.

Las reglas del juego, pág 53
Carlos Pérez Merinero.

martes, 14 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología VII)


-Pobrecillo -comenta.

No hace falta decir que tengo una erección. Y mi pene acaba topando con su muslo.

-¡Ostras! -exclama ella.

-No tengo mala intención -me disculpo yo-. Pero no puedo evitarlo.

-Ya lo sé -dice-. Es un engorro. Lo sé muy bien. Eso no hay modo de pararlo.

Asiento en la oscuridad.

Tras pensárselo un poco, Sakura me baja los boxers, me saca el pene duro como una piedra y lo sujeta con delicadeza. Como si quisiera comprobar algo. Como cuando un médico te toma el pulso. Siento el tacto de la palma de su mano, liviano como un pensamiento, alrededor de mi pene.

(...)

-Tal vez .le digo.

-¿Tal vez? -Me agarra el pene con un poco más de fuerza-. ¿Qué quieres decir con tal vez? ¿Acaso no te apetece mucho verla?

-Es que no sabría qué decirle y, además, quizá sea ella la que no quiera verme a mí. Y lo mismo por lo que respecta a mi madre. Quizá ni la una ni la otra quieran verme. Quizá ni la una ni la otra me necesiten. En primer lugar, fueron ellas las que se fueron, ¿sabes?

Sin mí, pienso.

Ella permanece en silencio. La mano me agarra el pene con menos fuerza, luego aumenta la presión. Según la presión, mi pene se relaja un poco, después arde endurecido.

-¿Tienes ganas de eyacular?, ¿verdad?

-Tal vez.

-¿Tal vez?

-Sí, muchas -corrijo.

Ella exhala un ligero suspiro y empieza a mover la mano despacio. Es una sensación maravillosa. No se limita a moverla arriba y abajo. Es algo más global. Sus dedos me tocan suavemente, con sentimiento, el pene y los testículos, me palpan cada centímetro. Cierro los ojos y exhalo un profundo suspiro.

-No me toques. Y, cuando vayas a eyacular, dímelo. No quiero que se manchen las sábanas. Es un engorro.

-Sí -le digo.

-¿Qué? ¿Soy buena? ¿Verdad?

-Muchísimo.

-Ya te he dicho que tengo muy buenas manos por naturaleza: Pero esto para nada está relacionado con el sexo, ¿eh? Sólo te estoy ayudando a relajarte. Hoy ha sido un día muy largo para ti y debes de tener los nervios a flor de piel. Y así no hay quien duerma. ¿Entiendes?

-Si -digo-. ¿Puedo pedirte un favor?

-¿Qué?

-¿Puedo imaginarte desnuda?

Ella detiene un momento el movimiento de la mano y me mira.

-¿Imaginarme desnuda mientras te hago esto?

-Sí. Desde hace un rato intento dejar de pensar en ello, pero no puedo.

-¿Que no puedes?

-No. Es como una televisión que no pudiera apagarse

Ella ríe divertida.

-No lo entiendo. ¿No podías pensar lo que te diera la gana sin decírmelo a mí? No hace falta que me estés pidiendo permiso para esto y lo otro, ni tampoco que me cuentes lo que estás imaginando.

-Pero a mí me preocupa. Me da la sensación de que es importante imaginar algo. Y he pensado que sería mejor pedirte permiso antes. No se trata de que lo sepas o no lo sepas.

-Eres un chico muy bien educado -comentó ella con admiración-. Ahora que lo dices, no está mal que me pidas permiso de antemano. De acuerdo. Puedes imaginarme desnuda a tu gusto. Te doy permiso.

-Gracias -digo.

-¿Y qué? Qué tal estoy? ¿Guapa?

-Muchísimo -respondo.

Pronto siento cierta languidez en la zona de las caderas. Como si estuviera flotando en un líquido denso. Cuando se lo digo, Sakura coge unos pañuelos de papel que tiene cerca de la almohada y me conduce hacia la eyaculación. Eyaculo una y otra vez, con fuerza. Poco después, ella va a la cocina, tira los pañuelos de papel y se lava las manos con agua.

-Lo siento -me disculpo.

-No pasa nada -me tranquiliza ella ya de vuelta en la cama-....


Kafka en la orilla, pág 121
Haruki Murakami

lunes, 13 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología VI)


Finalmente, una noche volvía la joven de casa de una pariente enferma, con uno de sus insolentes hermanos.

Fidel los siguió en silencio muchas calles, embozado hasta los ojos.

¡Y con qué emoción! Amparo, en las tinieblas, le parecía suya... La luz determina las distancias. Las sombras confunden los objetos... La vista entonces tiene algo de tacto. De resultas de esta emoción, Fidel pasó muchas noches entregado al placer de estar a oscuras.

La granadina, págs 59-60
Pedro Antonio de Alarcón

domingo, 12 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología V)


Caeli, Lesbia nostra, Lesbia illa

Oh, Celio, nuestra Lesbia, aquella Lesbia,
aquella Lesbia a quien Catulo
amó más que a sí mismo
y que a ninguno de los suyos,
ahora en plazuelas y callejas
se la casca a los hijos del magnánimo Remo.

Cincuenta poemas, pág 56
Catulo