Los niños, los
hijos: la gran coartada, la excusa irrebatible encontrado, al fin, por los
detractores –todos ellos gente de bien a derecha e izquierda- de los escraches
a políticos y banqueros, banqueros y políticos. Desde Felipe González a Sigfrid
Soria –a más de canario: ave carroñera-, pasando por Cayo Lara y el obispo de
Mondoñedo, recurren ahora a esas inocentes criaturas a fin de salvaguardarse a
sí mismos de la desatada furia popular. Y si, en efecto, puede verse mezquino
agredir a ‘los locos bajitos’, aun cuando sea indirectamente, de resultas, lo
es todavía más –más mezquino, me refiero- anteponerlos a tu persona cuando es
que vienen a por ti, sólo a por ti.
Podríamos aludir,
en honor de los escrachistas de turno, a la existencia de los famosos ‘daños
colaterales’ y, acto seguido, pasar a pedir perdón por su inevitabilidad dadas
las circunstancias. Un mal menor en cualquier caso. Pero acaso no sea ésta la
cuestión. Quizás el cuidado de los escrachados por sus hijos, tenga más que ver
con su propio y personal cuidado. Probablemente el temor les venga de, luego
tener que darle explicaciones a aquellos.
¿Por qué te llaman asesino, papa? ¿Papá, a quién le has robado su casa? Es muy
duro, no me cuesta reconocerlo, que tus hijos te conozcan por la calle.
El pecado de los
padres, se dice en el Viejo Testamento, alcanza a los hijos hasta siete
generaciones. Pero una vez deconstruido tan severo e imparcial texto por los
doctorados intérpretes de la Ley, se ha podido comprobar que el mismo sólo
afecta a los pobres. ¿Por qué? Porque los desahucios no se paran cuando hay
niños de por medio. Tanta sensibilidad sería un auténtico agravio para los pobres
niños ricos.
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