Todo cuando se diga acerca de la
mentira (lo haga a su favor o, a la inversa se manifieste en su contra con
decisión fatalista; tanto si lamenta de antemano sus futuras consecuencias
imprevisibles, como si pretende de forma absurda procurarse el cobijo en ella,
en apariencia seguro y cálido como el de un cobertor) habrá de tenerse por
verdad necesariamente. Esa es la cuestión.
Quien bien te miente te hará soñar.
Vigorosa crece la mentira en el
jardín del amor.
La mentira es una metáfora sin la
carga de la prueba a cuestas.
A la vista está: le convienen a la
mentira las frases cortas, sentenciosas, así vinieran dictadas por un arrebato,
donde sucede que lo poético nimba la realidad, como una de esas greguerías otro
tiempo tan exitosas. En cambio, si el mentiroso abunda con insistencia en la
elaboración y el cuidado de su mentira, probablemente él mismo caiga, tarde o
temprano, en las redes de aquellas palabras con las que pretender darle cuerpo,
y enseguida se vea en evidencia, pronto se delate como el peor de los
trufadores en activo. La mentira, es cosa reconocida, la mayoría de las veces
no se siente capaz de guarda la memoria de sí misma sino con grandes
dificultades, a consecuencia de lo cual opta casi siempre por el olvido, rápido
y certero como un disparo a la sienes.
Hay., no obstante, mentiras
fundacionales. Mentiras capaces de crear un mundo.
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