sábado, 6 de abril de 2013

Estado actual de la poesía española




El 89% de los encuentados no sabe quién es (fue, era) Federico García Lorca (sic), aun cuando casi todos ellos recuerdan aquello de verde que te quiero verde de cuando lo cantaba Chiquetete. El 98% ni siquiera ha oído hablar de Luis Cernuda, si bien al mencionarle: el autor de Los placeres prohibidos, la mayoría se manifiesta inclinado a leerlo. Dámaso Alonso carece de seguidores incluso entre los más que probables descendientes de aquel millón de cadáveres que adornaban las calles de Madrid en los Cuarenta. Para el 99% de los consultados por el INEA (Instituto Nacional de Estadísticas Absurdas), Gabriel Celaya –para no mentar a Blas de Otero- ni siquiera le suena como el letrista de algunas canciones de Paco Ibáñez, cantautor libertario que rozó la fama en los años postreros de la década de los Sesenta. Escasamente un 2% se toma en serio a Jaime Gil de Biedma, y ese porcentaje: gracias a Loquillo. Peores resultados obtienen Carlos Edmundo de Ory -¿cómo dice?-, Carlos Bousoño y Carlos Barral, a quien unos pocos enteradillos confunden con Gustavo Adolfo Bécquer por la barba de chivo y sus andares descuidados. Un 13%, ya es mala suerte, supone que Antonio Machado y Manuel Machado eran hermanos o primos hermanos o una casualidad que tuvieran el mismo apellido, y que uno de ellos, o los dos a la vez, salían en una película de Isabel Pantoja, la tronadillera. De entre las mujeres, al paso, sólo se identifica a Gloria Fuertes y a una tal Sara Mago. Preguntado por Vicente Aleixandre, dio la casualidad que el afectado vivía en la calle madrileña del mismo nombre, y se mostró muy feliz por la pregunta: me alegró que me lo pregunte –anotó el encuestador la respuesta literal- porque yo vivo en esa calle. Un 50% oyó en el colegio, cuando niños, de un tal Platero, el burrito azul, pero sólo el 25% lo relacionaba con Juan Ramón Jiménez. Un 14% había coincidido con Leopoldo María Panero en el Manicomio de Leganés, otro tanto en el Frenopático de Mondragón. Cuatro, exactamente, hippies algo sonados conocían a José María Fonollosa, bueno, mejor dicho, a Albert Pla. Y así podríamos seguir por este lóbrego sendero del conocimiento de la poesía española en España, pero le tocaría el turno a Luisito García Montero y, la verdad, a Luisito no lo soporto ni yo.

¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
Y siempre se repitieran
(…)
Los mismos farsantes, las mismas sectas
Y los mismos, los mismos poetas! (León Felipe)

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