El 89% de los encuentados no sabe quién es (fue, era) Federico García
Lorca (sic), aun cuando casi todos ellos recuerdan aquello de verde que te
quiero verde de cuando lo cantaba Chiquetete. El 98% ni siquiera ha oído hablar
de Luis Cernuda, si bien al mencionarle: el autor de Los placeres prohibidos,
la mayoría se manifiesta inclinado a leerlo. Dámaso Alonso carece de seguidores
incluso entre los más que probables descendientes de aquel millón de cadáveres
que adornaban las calles de Madrid en los Cuarenta. Para el 99% de los
consultados por el INEA (Instituto Nacional de Estadísticas Absurdas), Gabriel
Celaya –para no mentar a Blas de Otero- ni siquiera le suena como el letrista
de algunas canciones de Paco Ibáñez, cantautor libertario que rozó la fama en
los años postreros de la década de los Sesenta. Escasamente un 2% se toma en
serio a Jaime Gil de Biedma, y ese porcentaje: gracias a Loquillo. Peores resultados
obtienen Carlos Edmundo de Ory -¿cómo dice?-, Carlos Bousoño y Carlos Barral, a
quien unos pocos enteradillos confunden con Gustavo Adolfo Bécquer por la barba
de chivo y sus andares descuidados. Un 13%, ya es mala suerte, supone que
Antonio Machado y Manuel Machado eran hermanos o primos hermanos o una
casualidad que tuvieran el mismo apellido, y que uno de ellos, o los dos a la
vez, salían en una película de Isabel Pantoja, la tronadillera. De entre las mujeres,
al paso, sólo se identifica a Gloria Fuertes y a una tal Sara Mago. Preguntado por
Vicente Aleixandre, dio la casualidad que el afectado vivía en la calle
madrileña del mismo nombre, y se mostró muy feliz por la pregunta: me alegró que me lo pregunte –anotó el
encuestador la respuesta literal- porque
yo vivo en esa calle. Un 50% oyó en el colegio, cuando niños, de un tal
Platero, el burrito azul, pero sólo el 25% lo relacionaba con Juan Ramón
Jiménez. Un 14% había coincidido con Leopoldo María Panero en el Manicomio de
Leganés, otro tanto en el Frenopático de Mondragón. Cuatro, exactamente,
hippies algo sonados conocían a José María Fonollosa, bueno, mejor dicho, a
Albert Pla. Y así podríamos seguir por este lóbrego sendero del conocimiento de
la poesía española en España, pero le tocaría el turno a Luisito García Montero
y, la verdad, a Luisito no lo soporto ni yo.
¡Qué pena
si este camino fuera de muchísimas leguas
Y siempre
se repitieran
(…)
Los mismos
farsantes, las mismas sectas
Y los
mismos, los mismos poetas! (León Felipe)
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